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viernes, 30 de enero de 2015

Verde Esperanza: Afán de autocomplacencia



Cada vez más, y en distintos estratos de este mundillo cofrade en el que nos situamos, observo una gran carencia de humildad, y un afán de autocomplacencia desmedido. Trataré de abordar el tema utilizando algún que otro concepto del área de Psicología, como hiciera tres artículos atrás.

En la actualidad, y especialmente gracias a las redes sociales, la opinión de cualquiera puede ser conocida por todo el mundo. Y esto tiene su parte buena, y su parte menos buena. Por ejemplo, puede dejar entrever actitudes, pensamientos o comportamientos “raros” de distintos colectivos cofrades. Pero no va a ir por ahí el artículo, sino que quiero particularizar en un tipo de actitud que es muy común observar, evidentemente no sólo mediante las redes sociales. Como comentaba anteriormente, se trata de la autocomplacencia.

Hay una tendencia social, que como otras muchas, afecta al mundo de las Hermandades. Hablo de ese tic nervioso que todos, en algún momento de nuestra vida hemos tenido, de adjudicar nuestros fracasos a factores externos y nuestros éxitos a factores internos. Este hecho, psicológicamente, se denomina tener un lugar de control externo o interno. Ambos son polos opuestos. Estaremos situados en un lugar de control externo si atribuimos tanto nuestros fracasos como nuestros logros a aspectos que no tienen nada que ver con nuestra propia actuación. Por ejemplo, si soy de una banda y nos ha salido un contrato buenísimo y lo atribuimos a la buena suerte, o si soy de una Hermandad y ocurre cualquier problema y la conclusión a la que se llega es que es culpa de los demás porque nadie nos apoya. En el vértice opuesto se sitúa el lugar de control interno. Evidentemente, consiste en pensar que todo lo que nos sucede –bueno o malo- es debido principalmente a la propia acción. A priori parece que el segundo es mas sano, y no seré yo quien ponga en duda que resulta muchísimo más productivo situarnos a nosotros como artífices de nuestro propio destino, pero también tiene su connotación negativa.

Precisamente me refiero a sostener que todo lo malo que sucede a nuestro alrededor es culpa de otros, ya sean otras personas, entidades –cofrades, en este caso-, de la mala suerte o de que se nuble el sol, y en cambio relacionar absolutamente todos nuestros  éxitos a lo buenos y guapos que somos, o más directamente, gracias a mí mismo. En definitiva, achacar los acontecimientos a uno mismo o a lo de afuera según si conviene o no.

Como dice el refrán, en el término medio está la virtud, y esto es fácilmente aplicable al tema del que se está hablando hoy. Lo vital de la cuestión es tener una capacidad crítica que permita analizar las distintas situaciones que se vayan presentando de una forma objetiva, reflexiva y enriquecedora. Partiendo de esa base, resultaría interesante situarse más bien en el lugar de control interno, pero no sólo para satisfacer ese afán de autocomplacencia del que les hablaba, sino también para ser consciente de las limitaciones y aspectos a mejorar para que el progreso sea posible. No por ello obviando que hay factores que no podemos controlar, ergo externos, que también influyen en el desarrollo de los acontecimientos. Sería de necios negarlo.

Lo digo porque pienso que si en un colectivo cofrade, sean Hermandades, bandas, cuadrillas o aguaores todos nos decimos lo buenos que somos –con o sin razón, cada caso es un mundo-, pero no existe la capacidad de reconocer los defectos como algo que también está bajo nuestra responsabilidad y, por tanto, es mejorable, opino que directamente ese colectivo firma su sentencia de muerte funcional. Es muy positivo señalar las virtudes, como señalaba en el otro artículo, pero no es menos cierto que resulta peligroso quedarse ahí. Ese afán de autocomplacencia impide el progreso sin ningún lugar a dudas. Hacen falta cargamentos de humildad para este terreno cofrade que cada vez se “civiliza” –válgame el palabro- más, perdiendo la esencia cristiana que debería revestirlo. Una vez más, hay que poner la vista en Dios, que se hizo hombre para sufrir igual que nosotros lo hacemos, vivió y murió con humildad para luego reinar en los cielos. En la Iglesia no hay lugar para aquellos que sólo pretenden llamar la atención con golpecitos de pecho y ostentación. Esos están condenados al fracaso.


José Barea















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