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domingo, 8 de marzo de 2015

Enfoque: Los mal llamados penitentes


Blas Jesús Muñoz. Es un problema enquistado en un sector, o en buena parte, de las cofradías cordobesas. Forman un cortejo paralelo en algunas, debido a su elevado número. Unas corporaciones les ponen un fiscal o responsable de encauzar la situación, durante la procesión. Mientras otras, en cambio, desisten en su empeño de regular lo irregulable porque -dijéramos-, los mal llamados penitentes forman un desfile paralelo, una procesión anárquica de charla, en incluso (ahí están los vídeos para ser consultado), de comedores de pipas profesionales.

Cuando uno mira la redifusión de imágenes de las cofradías, a su paso por carrera oficial por ejemplo, se topa cerrando cortejos con ese grupo de "nazarenos" descubiertos, vestidos de casual sport, charlando entretenidamente y, en alguna ocasión, hasta debatiendo cualquier tipo de cuestión que se escapa a la entelequia del profano que, sin pretenderlo, sencillamente creía que iba a admirar una cofradía puesta en la calle con nazarenos, cargos, atributos e Imágenes y no la cara masticante de algún fulanito/a.

Córdoba ha hecho de ellos una religiosidad popular aparte. De hecho, comúnmente se les conoce como penitente, aunque por regla general esa denominación debería aplicarse de forma exclusiva a quien paga una papeleta de sitio, toma su túnica y la viste para no ser reconocido en su promesa de fe y se pone donde le toca. El nazareno, el verdadero penitente, en estos tiempos en que se afirma que costaleros y músicos lo desplazan; se halla tan minusvalorado que hasta le roban el nombre de penitente para dárselo a cualquiera que se planta detrás de la imagen para darse golpes de pecho, salir en la tele y largarse cuando le venga bien.

Ni son penitentes ni las cofradías deberían permitirlo. Ni mucho menos pasear con sus rostros bronceados de incienso a cara descubierta por el itinerario oficial, al menos. Por si no llega el día, al menos la batalla de la Catedral, parece ganada en un sentido, ése en que no se les permite entrar de esa guisa en el primer templo de la Catedral. Una medida adecuada, pero que como norma ha de suponer la primera de otras que regulen una situación de agravio comparativo y estético.

En una época en que todo se regula bajo estrictas reglas que no permiten la expresión libre de lo que suponen las cofradías en muchos sentidos (más allá de la debida autoregulación), resulta curioso observar como, según qué, nos volvemos extremadamente laxos. No los llamen penitentes, no lo son.













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