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miércoles, 18 de marzo de 2015

Entre la Ciudad y el Incienso: Grande


Blas Jesús Muñoz. Durante los siglos que lo miraron, la tarde rompía su alborozo en aplausos; su esperanza en miradas; sus súplicas en saetas. Desde la muralla la procesión rasgaba entre sus brazos infinitos cada calle para hacerla suya. Desde la plaza, donde la gente se dispersaba en busca de otros rincones, subido en el pretil de mi infancia, veía su silueta gigante alejarse entre un incienso que, en verdad, entonces como hoy me parecía mágico.

Quién me iba a decir entonces que, durante un tiempo leve, sería una ínfima parte de Él, de sus pies caminando hacia el ocaso. Quién me iba a decir entonces que me iba a dar al mejor amigo que nunca tuve, aunque allí no lo conociera. Tan solo me dejó una señal anudada en la garganta, un latido fuerte en el pecho, pero poco sabía de la Imago Dei. Sencillamente, estaba sintiendo sin predecirlo ni pensarlo.

Fueron los Jueves en que nos tendió la mano y nos asimos fuerte a ella. El Cristo de Gracia seguía caminando de la mano del mismo capataz que hizo de Él uno de sus emblemas con los que crecer en la vida. Fueron los Jueves que me enseñaron a detenerme y mirar y sentir que las cofradías son algo más que la vida. Fueron los Jueves en que me bajé del pretil para tener una perspectiva nueva del Cristo de Gracia. Una que, ante Él, siempre te hace sentir muy pequeño.











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