Blas Jesús Muñoz. Es una ciudad que se aquieta en cualquier atardecer cálido de verano, donde el caminante busca la sombra de paredes encaladas, silenciosas, que ocultan su historia al no iniciado y que, una vez conocida su liturgia de claroscuros, se erigen como el rito iniciático de todo caminante que persigue el remanso del Edén perdido.
Es una ciudad de calles donde la piedra edifica el vergel. Una ciudad de callejuelas y patios donde perderse para encontrar la brisa refrescante de una estampa que se nos aparece como una promesa cumplida. Una ciudad que se guarda de sí, a través de la imagen portentosa que aguarda en una tarde de marzo, de abril. La Imagen que baja a la ciudad y que es el retrato de la ciudad misma.
Jesús Caído guarda la esencia de la urbe que se encuentra reflejada en Él como un retrato del tiempo que no pasara por sus manos ni por su frente. Un reflejo limpio de aquello que perdimos por el camino y, aun con todo, nos deja en presente un trazo de nuestro pasado. Jesús Caído detiene el tiempo porque Él es el mismo tiempo que se retuerce para mostrarnos cuanto somos. Jesús Caído dicta las horas y el incienso de la ciudad, perdida, y de nuevo encontrada en su Imagen.
Recordatorio Entre la Ciudad y el Incienso: La Mujer