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lunes, 16 de marzo de 2015

Entre la Ciudad y el Incienso: La Mujer


Hay una Mujer a tus pies.
Una Mujer 
que llora altares
antes de que la noche,
oscura y silente,
la derrumbe y la suma en un catafalco
que huele a tierra mojada
por las lágrimas
que dejó bajo la piel tu propia sangre
derramada. Una Mujer tan sola
que en ella se asume el concepto. Tan triste
que los días ya no la miran
porque se avergüenzan
de su propia luz. Tan rota
que mil puñales le lanzan su escalofrío
de siglos,
clamando el amor de sus amores.


Hay una Mujer a tus pies y
apenas la miras porque sabes 
que su carne fue la tuya 
y te encarnaste en nosotros
para salvarnos
y mostrarnos el camino. El sendero
incierto
de las calles angostas que duelen
en Jueves Santo
y se pierden en la piel 
de otras ciudades sin nombre que
sin saberlo
llevan el fuego de tu mensaje,
anclado
por debajo del asfalto, de los estratos
de la historia escrita
en estratos infinitos de tu amor.

Hay una Mujer a tus pies
pálida
en la noche que la conduce
hacia el infinito. Una Mujer
que llora tu castigo y asume la misma injusticia
contra la que se rebela. Hay una Mujer a tus pies,
llamándote, rezándote, queriéndote,
intentando memorizar cada sonrisa,
cada mirada, cada caricia entregada por puro amor
cuando aun eras un niño,
Señor de la Caridad.


Blas Jesús Muñoz













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