Blas Jesús Muñoz. Se abraza la tarde a los latidos del barrio donde el sol se guarda para que lo alumbre la luna, de regreso. Entre miradas de asombro, con su escalofrío perpetuo. Se anudan las manos a la cera, palpando a contraluz la silueta grácil del incienso, mientras los nazarenos avanzan en busca de la Ciudad a través de ese Incienso que dicta el camino que no volverá sobre sus pasos, porque nada será igual cuando venga, de regreso, la penúltima noche.
El cortejo de la Sagrada Cena desfila por avenidas de luz, a esa hora exacta, donde el Jueves brilla tanto que araña la piel con su contundencia de soles pretéritos. Cada paso es una letanía, más que un avance, una batalla contra el tiempo y la razón, una anarquía de la emoción indemne a cualquier cortapisa.
Se abraza la tarde a los latidos del barrio donde el sol se guarda para que lo alumbre la luna, de regreso. Y, tras los antifaces, las miradas se pierden entre las luces de los cirios que regresan a casa. Esas mismas miradas que anteceden al Señor de la Fe y que aguardan, en el horizonte indefinible de sus pupilas su llegada, la de la Esperanza, la del Valle.
Recordatorio Entre la Ciudad y el Incienso: Algo sucedió