Dicen que el hábito no hace al fraile. La verdad es que no, pero si lo identifica como tal. El bien vestir es un aditamento que va intrínseco con nuestra persona. La elegancia como tal es un don, un acierto o un poco de narcisismo aparejado a todo ser humano.
Siempre que acudimos a algún acto, caso de cuidar nuestro atuendo, procuramos escoger de nuestro armario una ropa acorde al acto donde vamos. No es lo mismo ir a una misa de difuntos, que acudir a una entrevista de trabajo o a un bautizo. Hay una forma de vestir para cada evento, así como un evento para cada forma de vestir.
Viene toda esta perorata escrita por la indumentaria que ha utilizado el ilustre pregonero, en el ya tradicional acto de entrega de pastas por parte de la Tertulia Cofrade 'Juan de Mesa'. Un atuendo más propio de una de las películas de la célebre trilogía de Coppola, que de un pregonero de Semana Santa. Si en los ruedos ya apuntará una elegancia, no solo de su torero, sino también de su vestir, recuperando los golpes de mariposas tan de moda en los años cuarenta, los chorrillos de alamares de apariencia decimonónica y un clasicismo en los ternos de torear en tonos de color y dibujo de bordados, el traje escogido para recoger las pastas del pregón ha sido una bofetada al buen gusto cofrade.
El hábito no hace al monje, principiaban estos párrafos. Tampoco el traje que escoja el día del pregón lo mejorará o lo empeorará, pero por Dios santo, déjese asesorar y sepa que las tablas del Gran Teatro no son las de las pasarelas de Milan o Londres. Vistámonos con elegancia para la ocasión, un acto que, cada vez más rancio, no se debe romper, ni distraer con trajes poco recomendables para tan distinguido honor. Vístase de pregonero de Semana Santa y no como un futbolista en la gala de la entrega del Balón de Oro, o me temo, que un smoking de color marsala pueda ser la nota discordante.
El hábito no hace al monje, principiaban estos párrafos. Tampoco el traje que escoja el día del pregón lo mejorará o lo empeorará, pero por Dios santo, déjese asesorar y sepa que las tablas del Gran Teatro no son las de las pasarelas de Milan o Londres. Vistámonos con elegancia para la ocasión, un acto que, cada vez más rancio, no se debe romper, ni distraer con trajes poco recomendables para tan distinguido honor. Vístase de pregonero de Semana Santa y no como un futbolista en la gala de la entrega del Balón de Oro, o me temo, que un smoking de color marsala pueda ser la nota discordante.
Quintin García Roelas