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martes, 21 de abril de 2015

Enfoque: Sadeco, el Zoo y el flamenquín más grande del mundo


Blas Jesús Muñoz. Volvemos a retomar las relaciones imposibles y, a las tres que aparecen en el título, sumen el factor cofradías. Como si de un capítulo de La que se avecina se tratase, todo tiene relación y confluye en el karma como en Me llamo Earl. Si cometes buenas acciones, lo bueno te retorna y al revés. Así de básico.

Córdoba es una ciudad de pobres corazones. Hasta la gran bandera, tan española, que colocó cierto alcalde (muy acorde a los problemas y la necesidad de sus habitantes), la vi tan alicaída que me pareció una alegoría perfecta de la ciudad. Desesperanzada y empobrecida. Tan decadente e inútil como los lumbreras que ponen las máquinas de Sadeco a barrer y soltar agua un domingo a mediodía en pleno Vial lleno de gente paseando.

O tan avispado (no confundir con el nombre del toro que mató a Paquirri) como el que puso el torno para pasar del zoológico a la ciudad de los niños. Si vas con carrito de bebé, por más que lo pliegues, no pasa ni con escolta de la guardia civil. Apretaíto que se cotiza, como decía el otro. Al final un poco amable señor (cordobesía pura) al otro lado del telefonillo te dice que te busques la vida y tienes que pasarlo por encima de la reja como si quisieran prepararte para el Rocío.

Y para rematar nuestra abrupta mediocridad se llena la Plaza de las Tendillas para que nos adentremos en el récord de los tontos con un flamenquín gigante (qué pensaría Freud de la forma de este alimento). Mientras, a escasos metros, la Feria del Libro prácticamente vacía. La comparativa es, por evidente, aterradora.

Desoladora como casi todo lo que se ve en esta ciudad, mientras sus cofradías se dedican -algunas de ellas, algunos de sus dirigentes- a sacar pecho por lo que, siendo coherente o medianamente prudente -por no utilizar otro tipo de adjetivos- , habría que volver al zoo (sin pasar por el torno) y aprender del avestruz a esconder la cabeza bajo tierra.









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