Guillermo Rodríguez. El calor intenso de un verano prematuro se confundía con el fervor y la devoción de una ciudad que destila sentimiento mariano por sus costuras. A las cinco de la tarde, San Pablo era un hervidero de sensaciones que se respiraban por los rincones. Los nervios se fundían con la responsabilidad de quienes se saben protagonistas ocasionales por ser los primeros rocieros que inundan los caminos que conducen a la Tierra Prometida.
Tras la Misa de Romeros, los cohetes anunciaron que el momento había llegado. Lenta y pausadamente, como ocurre con las cosas del Cielo, el cortejo fue derramándose como las cuentas de un rosario por la calle de la Feria camino del mayor templo de la Diócesis, aquél que todos los católicos tenemos la obligación de defender como hizo la Hermandad del Rocío de Córdoba con su presencia simbólica de la tarde de ayer.
Cardenal González se fue llenando de sonidos de Rocío, de cohetes y tamboriles y de inconfundible aroma a marisma que se entremezclaban con el compás de primavera de la Agrupación Musical Cristo de Gracia, compañera inseparable del caminar rociero por las calles cordobesas.
Fueron varios los momentos de especial intensidad que se vivieron a lo largo del itinerario de que de manera excepcional, con motivo del 775 aniversario de la consagración al culto cristiano de la Catedral de Córdoba, llevaron al Simpecado que pintara Julio Romero de Torres a adentrarse en el bosque de columnas de la antigua Mezquita Aljama para rendir pleitesía al Santísimo, como las intensas petaladas de la calle Cardenal González o en la Puerta del Perdón, la salida del Simpecado a los sones de la Salve Rociera compuesta por el maestro Manuel Pareja Obregón, interpretada con un gusto exquisito por la Agrupación de la Hermandad del Esparraguero, que mantiene una especial vinculación con la corporación de San Pablo y que, una vez más, y como no podía ser de otro modo, se hizo presente para demostrar que las Glorias y las Penitencias, no son más que las dos caras de la misma moneda de la eterna devoción a la Madre de Dios y a su Bendito Hijo que se encuentra profundamente arraigada en las entrañas de nuestra idiosincrasia y son seña indiscutible de identidad de la verdadera Andalucía.
Poco a poco, la tarde fue palideciendo a medida que las calles se iban convirtiendo en camino. Con la mirada puesta en el horizonte que conduce a la marisma, a las orillas de Doñana, donde reina la más bella de las flores, la Hermandad inició el sendero de sueños que transitará pisada a pisada durante los nueve días que transcurrirán hasta que el Simpecado de todos los cordobeses ocupe su lugar en la Casa Hermandad en la Aldea, la única del mundo que no requiere de apellido para ser perfectamente identificada. Mientras tanto, los que no tenemos la suerte de poder estar físicamente con ellos cuando la noche caiga y la oración se arremoline en torno a la Madre de Dios, cerramos los ojos y abriremos el alma, para acercar nuestros corazones a ese joyero que un día será de plata y que transporta las esperanzas, las promesas y las ilusiones de una ciudad que hoy se rinde ante la Blanca Paloma.