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domingo, 19 de julio de 2015

El cáliz de Claudio: Carta a un amigo cofrade


Querido amigo:

No digo tu nombre porque sé que no quieres que sepan muchos el momento cofrade por el que atraviesas. Han sido muchos los años desde que (lo que unos llaman equivocadamente destino, y ambos sabemos que es la Providencia) nuestros caminos se unieron y, gracias a ese feliz encuentro, he podido aprender, pero, lo más importante, crecer como persona.

Has estado junto a mí, simplemente escuchando, todo este tiempo. Y no ha sido una escucha vacía, indiferente, sino que a través de ella me ayudaste a salvar obstáculos que, en el pasado, parecían muros infranqueables y ahora no no son más que recuerdos. Incluso hoy, cuando hay tantos que afanan sus días en pensar en mí (que solo escribo, sin más) sigues ahí, aun cuando ya no quieres saber de cofradías. Porque eres mi amigo y los amigos son corazones de oro.

No verás nada que te identifique ni en mis palabras ni en ningún detalle de los que adornan este cáliz. Sin embargo, nosotros sabemos quienes somos y, por eso, no voy a tratar de convencerte, pues la decisión es tuya y, hasta en el alejamiento voluntario o la separación, hay que ser valiente y coherente para tomarla y no escuchar risas, reproches o, en definitiva, incomprensión.

Las cofradías (al menos en Córdoba), siempre pierden a los mejores. Es una ciudad llena de caínes que necesitan de abeles para ser porque por sí mismos no alcanzan el estatus metafísico. Sin embargo, tú siempre has sido luz para quienes han tenido la oportunidad de hablarte, de conocerte. No te vas, salvo de las cofradías, y tu legado (para mí lo es), ya perdurará en cada palabra, en cada frase y hasta en cada silencio.

Gracias por todo. Me da pena no poder nombrarte, pero mayor es la tristeza de poseer la certeza de que hubo quien jamás se percató del tesoro que tenía delante.

Un abrazo.

Blas.









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