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jueves, 30 de julio de 2015

Verde Esperanza: Apología de lo propio


Estamos inmersos en una sociedad que se globaliza a una velocidad de vértigo, arrasando con todo lo que hay y tratando de imponer lo que viene de fuera sobre lo que había dentro. Ocurre en las empresas, ¿en qué ciudad no hay un McDonald’s actualmente? También sucede con respecto a la cultura y la religión, y nuestro país es el perfecto exponente de ello: observamos cómo se pisa de forma sistemática e implacable la religión y costumbres cristianas pero en cambio se mima hasta el ridículo otras religiones, incluso movimientos anticristianos. Y por supuesto sucede a una escala diferente en la Semana Santa, pero a eso volveré luego.


No quiero que se malinterpreten mis palabras como un rechazo hacia la globalización, ya que sería absolutamente estúpido negar este fenómeno o infravalorarlo. La globalización no es ningún movimiento político, ni si quiera ciudadano, es un acontecimiento que está presente en cualquier sociedad de la actualidad. El avance de los medios de comunicación y de transporte de hoy día han permitido que cualquier ciudadano del mundo se ponga en contacto con cualquier otro de forma casi instantánea, posibilitan que uno pueda conocer la cultura y las costumbres del país más recóndito del planeta. Sin duda, es un fenómeno en su mayoría positivo. Ya lo he comentado en otras ocasiones, el intercambio y diálogo entre sociedades, culturas y religiones es sumamente beneficioso para todas las partes. Yo te ofrezco mi cultura y mis tradiciones y tú haces lo propio, incluso pueden importarse o adaptarse las costumbres de unos en las de otros. Hasta ahí no existe ningún problema, somos ciudadanos de un lugar llamado mundo, como dice la canción, y como tal hemos saber respetar, valorar y convivir con cualquier persona, sea del lugar que sea y tenga la cultura que tenga. La parte menos positiva comienza cuando cada pequeño lugar del planeta, con su idiosincrasia que la hace única y diferente a todas las demás, pierde su identidad para acoger a ciegas lo que viene de fuera. El ejemplo que puse anteriormente de nuestro país lo refleja a la perfección. Eso no es globalización, más bien es colonización.


Como decía la globalización es un hecho real e innegable, que está posibilitado por la existencia de tantas culturas como pueblos pueda haber en el planeta. En el momento en el que la globalización se convierta en una lucha de poder por ver qué cultura se impone sobre las demás, la sociedad mundial estará perdiendo el rumbo, puesto que para saber hacia dónde avanzamos hay que saber de dónde hemos venido. Si en España dentro de 25, 50 o 100 años desaparece la Semana Santa, por ejemplo, como es la intención de muchos que se congratulan de ir a favor del progreso, estaremos talando irremediablemente nuestras raíces, las que nos han llevado al momento y al lugar de ahora. La historia del pueblo español está arraigada per se en la religión católica, por mucho que moleste a una pequeña parte de la población. Sería imposible entender nuestras ciudades, nuestra gente, si eliminamos todo lo católico de la sociedad. Supondría perder nuestra seña de identidad, en favor de culturas externas que, en muchos casos –en otros no- nada han tenido que ver con nuestro territorio históricamente. En resumidas cuentas, y para no alargarme con esta introducción –creo que ya es un poco tarde para ello-, la globalización puede ser un fenómeno enormemente beneficioso para cualquier cultura, pero si se comienzan a eliminar costumbres, tradiciones, religiones y culturas históricamente enraizadas en nuestra sociedad, estaremos dejando de ser nosotros mismos para convertirnos en algo que nunca hemos sido. En el intercambio cultural de la globalización no tendremos nada que ofrecer, y quedaremos como esclavos de la moda de turno impuesta por la multinacional de turno.


Esto también sucede en el orbe cofrade. Por supuesto a una escala mucho menor que todo lo anteriormente comentado, y con una relevancia que, en principio, puede parecer pequeña con respecto a ello. Alguna vez he tratado el tema de las imitaciones en Semana Santa, ya sea de pasos, estilos de bordado o de música procesional. Para refrescar la memoria, comenté hace algún tiempo que es ridículo hablar de “copias de” en Semana Santa. Ello se debe a que poco lugar a la innovación –con cabeza- queda en el mundillo de lo cofrade, que toda idea proviene de una anterior y a que no estamos ante un concurso de originalidad. Les recuerdo este artículo por si desean ahondar en el tema (http://gentedepaz1940.blogspot.com.es/2013/07/las-imitaciones-en-el-mundo-cofrade-son.html). Por otra parte, también comentaba hace pocas semanas que la Semana Santa que históricamente había sido espejo donde mirarse, la sevillana, había dejado de serlo. Vuelvo a dejar el enlace del mencionado artículo (http://gentedepaz1940.blogspot.com.es/2015/06/verde-esperanza-sevilla-dejaste-de-ser.html).


Hoy quiero darle una vuelta de tuerca más al tema en cuestión. Con la Semana Santa de Sevilla sucede como con el efecto negativo de la globalización que comentaba al comienzo del texto. Es indudable el beneficio histórico que ha aportado en las formas, estilo, incluso arte sacro con respecto a muchísimos lugares de España. Pero se corre el riesgo de olvidar las propias raíces por quedar embobado con las capitalinas. Inspirarse en una Cofradía sevillana para fundar una nueva Hermandad no está mal, ¡faltaría más! El problema viene cuando esa adoración, por no utilizar el término idolatría, por la Semana Santa hispalense nos lleva a infravalorar y a dejar de lado la propia cultura cofrade de cada lugar. Como decía en el último artículo citado, a mi parecer la Sevilla cofrade ya no es un espejo universal donde mirarse. Cada Hermandad de cada lugar hace unas cosas bien, otras regular y otras muchas rematadamente mal. Pero empujados por el marketing y la corriente social cofrade hispalense, tendemos a ignorar lo que tenemos en nuestra propia casa, que sin duda tiene un gran valor cultural.

No se trata de una defensa fanática, como sucede por ejemplo en Cádiz con la forma de andar de algunos pasos que recuerdan a la hispalense, en detrimento del estilo de carga históricamente gaditano. Como digo, el intercambio cultural, incluso la adaptación de elementos de una Semana Santa a otra es positiva. Se aprende muchísimo estando en contacto con las distintas formas de interpretar la Pasión de Cristo a lo largo del territorio andaluz, y por supuesto fuera de él. Es altamente enriquecedor, pero lo importante es no olvidar quiénes somos, cofrademente hablando.


A estas alturas del texto, con tantas idas y venidas, puede usted estar preguntándose: ¿pero a qué se refiere el artículo en concreto? Déjeme exponerle un ejemplo con el que seguramente le quedará claro de lo que hablo. ¿Hay procesiones en su ciudad en el intervalo de tiempo que hay desde el Jueves Santo hasta el Viernes Santo, Madrugá incluida? También son perfectamente válidas para ejemplificar las demás jornadas, pero quedémonos con estas dos. Si la respuesta es afirmativa… ¿Cómo están las calles? Los puntos claves pueden estar a rebosar –o no-, por aquella población que, por cualquier motivo, no se desplaza a otros puntos para ver Hermandades. Pero hay muchos tramos de las estaciones de penitencia en los que las Hermandades van solas, es una realidad. Triste, pero realidad al fin y al cabo. En mi ciudad ocurre esto, y estoy seguro de que sucede hasta en algunas capitales de provincia que no sean Sevilla. El motivo es que mucha gente prefiere abandonar las Cofradías de su pueblo para desplazarse a la capital, para ver a la Macarena o al Tres Caídas, o a la Hermandad del Gran Poder, o Montesión, o la Conversión del Buen Ladrón. Lo curioso es que esa propia gente el resto del año hace defensa de lo proveniente de su ciudad natal, incluso se quejará del poco apoyo que se ofrece del exterior, sin caer en la cuenta de que ellos mismos son los que tiran las primeras piedras sobre el tejado municipal.


No entraré en razones de fe, por supuesto. Si uno es de la Macarena desde pequeño, por el motivo que sea, alabado sea por tener la fuerza de voluntad de desplazarse año tras año a la Resolana para verla salir o recogerse. Pero cuando entra en juego el factor afición, ahí ya me escuece levemente. Como les decía, en mi ciudad se puede ver las siete Hermandades que procesionan entre esas dos jornadas con facilidad, y lo mismo pasa con las otras siete que realizan estación de penitencia desde el Domingo de Ramos hasta el Miércoles Santo. Incluso en carrera oficial se las puede ver más de una vez, aunque esto también está facilitado por la falta de sillas en el mismo. Me da muchísima pena cuando veo tallas de Castrillo Lastrucci, Ortega Brú, Dubé de Luque o Pedro Moreira caminar sin público por las calles linenses. Me pregunto dónde están todos aquellos que se traspasan el pecho a base de darse golpes durante todo el año diciendo que son muy cofrades, y la respuesta que encuentro es que están en Sevilla esperando de pie veinte horas si hace falta para que la Hermandad de turno pase frente a ellos.

Podría estar uno tentado a pensar que en Sevilla está lo mejor de lo mejor y que allí se disfruta más que en ninguna parte de las Cofradías en la calle. Mi experiencia dice que no es así. A estas alturas del mundo cofrade, en cualquier lugar hay grandísima imaginería religiosa sobre los pasos, unos pasos que tienen un tallado cada vez mejor, exornados floralmente de forma exquisita y con cada vez mejores bandas detrás de ellos. Es más, les confieso que en 2009 estuve en aquella bendita ciudad casi toda la Semana Santa, exceptuando el Viernes Santo, y echaba de menos lo mío, lo que yo había “mamado” durante los años que había estado en mi ciudad, es decir, todos desde que nací. Por aquel entonces era un chaval deslumbrado por el dorado de los misterios sevillanos, pero bastó con vivir aquello para caer en la cuenta de que mi lugar durante mi bendita locura llamada Semana Santa, se encontraba en mi tierra. No existe ningún recelo contra lo sevillano, sino orgullo herido de que el propio linense –en mi caso, aunque como ya digo es extrapolable a cualquier lugar- no valore lo que hay en su tierra. Yo, José Barea, -cada uno que hable sí mismo-, prefiero disfrutar del procesionar del Gran Poder, nazareno de Lastrucci, un Jueves Santo que esperar dos horas y media a que pase el palio de cualquiera de las dos Esperanzas de la Madrugá sevillana, y sin duda prefiero ser los pies del Cristo del Amor y deleitarme con el palio de la Esperanza el Viernes Santo que aguardar entre el gentío inquieto y en muchas ocasiones irrespetuoso de cualquier Hermandad de dicha jornada en otra ciudad. Y lo mismo podría decir de todas y cada una de las jornadas de mi ciudad que convierten su Semana Santa en una de interés turístico Nacional de Andalucía.



La apología de lo propio que he hecho de mi Semana Santa es trasladable a la de cada lector. Tengo la certeza de ello porque gracias a esa bendita herramienta llamada Internet –una de las causantes y frutos de la globalización- he tenido la oportunidad de establecer contacto con las Hermandades de muchos lugares, y cada una con su idiosincrasia la convierten en única e irrepetible. La Hermandad de las Fusionadas de Málaga, el Cristo de los Favores de Granada, el conjunto escultórico de las Angustias de Córdoba, la Banda del Nazareno y la de la Salud de Huelva, el misterio de los Afligidos de Cádiz, la Banda de la Asunción de Jódar (Jaén), los tres pasos de la Hermandad del Prendimiento de Almería, son algunos –quizá me he excedido con las capitales de provincia, pero en cada pequeño pueblo hay algo digno de ser conocido y mencionado- de los muchísimos exponentes de la riqueza cofrade que nuestra bendita tierra atesora. Y los cofrades autóctonos deberían valorar eso, en mi opinión, antes que descender su propia Semana Santa a segunda división para acudir a la capital andaluza, la Champions League, siguiendo con el símil futbolero. Antes que olvidar las propias raíces y edificar sobre ellas con materiales de producción “de moda”. Antes que enterrar años, décadas, incluso siglos de historia. De esta manera se acaba el enriquecedor intercambio cultural cofrade, para dejar paso al monopolio cultural cofrade. Por el bien de la Semana Santa, en su sentido más localista y cultural, urge una apología de lo propio en el cofrade de provincia.

José Barea









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