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jueves, 23 de julio de 2015

Verde Esperanza: No tolerar la intolerancia




He de confesar que conforme pasa el tiempo la indiferencia que rodeaba muchas cuestiones comienza a tornarse en indignación incluso en impotencia. Me causa gran preocupación que muchos de los que hasta hace poco tiempo no eran más que insignificantes alborotadores e irrespetuosos hacia nuestra religión tengan ahora acceso a cargos públicos. Posiciones desde las que, mucho más allá de orientaciones políticas que, al fin y al cabo, me la traen al pairo, tienen voto pero también tienen voz para que el pueblo escuche lo que tienen que decir, por mucha roña que encierren sus palabras.


No volveré a recordar unas declaraciones que muchos tildan de desafortunadas de determinado concejal durante esta semana. Y es que cuando calificamos de desafortunadas dichas palabras comenzamos a ser cómplices de la flagelación continua por parte de la sociedad a la que estamos expuestos los cristianos, los cofrades por extensión. En este artículo no me quiero centrar en esos ataques externos, ya que es un tema ampliamente tratado en este blog incluso por mí en otras ocasiones. Hoy vengo a dar un golpe en la mesa con la escasa magnitud que pueden tener mis palabras. Como decía anteriormente, cuando quitamos peso, perdonamos e incluso les reímos las gracias a quienes nos escupen, por ahora verbalmente, en la cara, nos convertimos en sus cómplices pasivos. El lenguaje es un arma potencialmente maleable, puede desencadenar guerras, así como historias de amor. Está plagado de ambigüedades, dobles sentidos y vacíos semánticos que confieren al hablante la potestad de decir una cosa y a la vez la contraria a la vez, como en el caso del concejal, que en seguida  ha salido al paso a decir que él es cofrade desde “shiquetito”. El lenguaje es algo que influye de forma notabilísima en nuestra sociedad, por lo que es muy susceptible de ser prostituido por aquellos a los que se les da un atril desde el que utilizarlo.

Tengo un amigo del que aprendo muchísimo, que elocuentemente dice con respecto al tema de la Catedral de Córdoba que no entiende por qué si un ladrón se cuela en tu casa para atracarte se tiene uno que sentar a dialogar con él. Que dialogar lo que no es dialogable –disculpen la redundancia- es comenzar a perder la batalla, y que esto es perfectamente trasladable a este tipo de cuestiones en las que determinados individuos atacan a la Iglesia o a la Semana Santa. Admitir y consentir lo que no debería ser admisible es comenzar a perder también esa batalla, dice. Estoy plenamente de acuerdo con estas afirmaciones, incluso me da reparo continuar con el artículo dada la claridad con la que expone el tema de forma tan didáctica.

La corrección política se lleva hasta el ridículo. Es como si alguien es asaltado por la calle y comienza a recibir puñetazos y encima tuviera que decirle al agresor mientras los recibe que respeta profundamente sus ganas de desahogarse con él a causa de que ha discutido con la novia –por seguir el ejemplo absurdo-. Cuando uno está siendo atacado lo políticamente correcto pasa a un segundo plano. Hay que intervenir, en el momento y en el lugar exacto. Hay que decir, claramente y con mucha educación, que eso no está bien y no es en ningún caso de recibo. Frenar el ataque en seco. De lo contrario, el agresor cada vez que discuta con su novia, o que necesite una cortina de humo para encubrir una –quizá- mala gestión política, se va a liar a puñetazos con el cristianismo.

Es hora de trazar una línea roja más allá de la cual no consintamos nada. Estoy seguro de que el 99’9% de los cristianos no coge a ningún ateo por banda para gritarle a la cara que Dios existe, y que su ideología es una estupidez. ¿Por qué vamos a tener que aguantar que vengan continuamente a pisarnos y que, encima, debamos reír esas supuestas gracias? No se piensen que esto es una invención mía, nos ampara el derecho a la libertad religiosa, contemplado nada más y nada menos que en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la UNESCO –artículo 18, revisen, revisen: http://portal.unesco.org/es/ev.php-URL_ID=26053&URL_DO=DO_TOPIC&URL_SECTION=201.html-

No tengo, y creo que nadie debería tener, ningún problema en tolerar todo lo que podamos encontrarnos en nuestra sociedad. Ideologías, orientaciones sexuales, culturas, distintas religiones, costumbres, formas de vida y un largo etcétera. ¡Incluso el ateísmo! Claro que es respetable no creer en Dios, tengo muchísimas amistades que no comparten mis creencias, no hay ningún problema mientras haya respeto. De verdad, me da igual todo lo mencionado al comienzo del párrafo, lo respeto profundamente. Pero que a los cristianos, como un colectivo más de la sociedad, y que tanto contribuye a cubrir sus carencias, también se nos tolere. Sin ambigüedades, sin dobles sentidos y sin que haya que entrar a juzgar intenciones de nadie ni a cogérsela con papel de fumar con respecto al campo semántico de posibles declaraciones. Tolero y toleraré todo, pero si hay algo que no tolero es la intolerancia.

José Barea

Pd: Esto es un muñeco de Semana Santa


Pd 2: Esto es una imagen sagrada que representa a la divinidad. Catequesis plástica de la fe cristiana.

 



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