He de confesar que conforme pasa el tiempo la indiferencia que rodeaba muchas
cuestiones comienza a tornarse en indignación incluso en impotencia. Me causa
gran preocupación que muchos de los que hasta hace poco tiempo no eran más que
insignificantes alborotadores e irrespetuosos hacia nuestra religión tengan
ahora acceso a cargos públicos. Posiciones desde las que, mucho más allá de
orientaciones políticas que, al fin y al cabo, me la traen al pairo, tienen
voto pero también tienen voz para que el pueblo escuche lo que tienen que
decir, por mucha roña que encierren sus palabras.
No volveré a recordar unas declaraciones que muchos tildan de
desafortunadas de determinado concejal durante esta semana. Y es que cuando
calificamos de desafortunadas dichas palabras comenzamos a ser cómplices de la flagelación continua por parte de la
sociedad a la que estamos expuestos los cristianos, los cofrades por extensión.
En este artículo no me quiero centrar en esos ataques externos, ya que es un
tema ampliamente tratado en este blog incluso por mí en otras ocasiones. Hoy
vengo a dar un golpe en la mesa con la escasa magnitud que pueden tener mis
palabras. Como decía anteriormente, cuando quitamos peso, perdonamos e incluso
les reímos las gracias a quienes nos escupen, por ahora verbalmente, en la
cara, nos convertimos en sus cómplices pasivos. El lenguaje es un arma
potencialmente maleable, puede desencadenar guerras, así como historias de
amor. Está plagado de ambigüedades, dobles sentidos y vacíos semánticos que
confieren al hablante la potestad de decir una cosa y a la vez la contraria a
la vez, como en el caso del concejal, que en seguida ha salido al paso a decir que él es cofrade
desde “shiquetito”. El lenguaje es algo que influye de forma notabilísima en
nuestra sociedad, por lo que es muy susceptible de ser prostituido por aquellos
a los que se les da un atril desde el que utilizarlo.
Tengo un amigo del que aprendo muchísimo, que elocuentemente dice con
respecto al tema de la Catedral de Córdoba que no entiende por qué si un ladrón
se cuela en tu casa para atracarte se tiene uno que sentar a dialogar con él.
Que dialogar lo que no es dialogable –disculpen la redundancia- es comenzar a
perder la batalla, y que esto es perfectamente trasladable a este tipo de
cuestiones en las que determinados individuos atacan a la Iglesia o a la Semana
Santa. Admitir y consentir lo que no debería ser admisible es comenzar a perder
también esa batalla, dice. Estoy plenamente de acuerdo con estas afirmaciones,
incluso me da reparo continuar con el artículo dada la claridad con la que
expone el tema de forma tan didáctica.
La corrección política se lleva hasta el ridículo. Es como si alguien es
asaltado por la calle y comienza a recibir puñetazos y encima tuviera que
decirle al agresor mientras los recibe que respeta profundamente sus ganas de
desahogarse con él a causa de que ha discutido con la novia –por seguir el
ejemplo absurdo-. Cuando uno está siendo atacado lo políticamente correcto pasa
a un segundo plano. Hay que intervenir, en el momento y en el lugar exacto. Hay
que decir, claramente y con mucha educación, que eso no está bien y no es en
ningún caso de recibo. Frenar el ataque en seco. De lo contrario, el agresor
cada vez que discuta con su novia, o que necesite una cortina de humo para
encubrir una –quizá- mala gestión política, se va a liar a puñetazos con el
cristianismo.
Es hora de trazar una línea roja más allá de la cual no consintamos nada.
Estoy seguro de que el 99’9% de los cristianos no coge a ningún ateo por banda
para gritarle a la cara que Dios existe, y que su ideología es una estupidez.
¿Por qué vamos a tener que aguantar que vengan continuamente a pisarnos y que,
encima, debamos reír esas supuestas gracias? No se piensen que esto es una
invención mía, nos ampara el derecho a la libertad religiosa, contemplado nada
más y nada menos que en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la
UNESCO –artículo 18, revisen, revisen: http://portal.unesco.org/es/ev.php-URL_ID=26053&URL_DO=DO_TOPIC&URL_SECTION=201.html-
No tengo, y creo que nadie debería tener, ningún problema en tolerar todo
lo que podamos encontrarnos en nuestra sociedad. Ideologías, orientaciones
sexuales, culturas, distintas religiones, costumbres, formas de vida y un largo
etcétera. ¡Incluso el ateísmo! Claro que es respetable no creer en Dios, tengo
muchísimas amistades que no comparten mis creencias, no hay ningún problema
mientras haya respeto. De verdad, me da igual todo lo mencionado al comienzo
del párrafo, lo respeto profundamente. Pero que a los cristianos, como un
colectivo más de la sociedad, y que tanto contribuye a cubrir sus carencias,
también se nos tolere. Sin ambigüedades, sin dobles sentidos y sin que haya que
entrar a juzgar intenciones de nadie ni a cogérsela con papel de fumar con
respecto al campo semántico de posibles declaraciones. Tolero y toleraré todo,
pero si hay algo que no tolero es la intolerancia.
José Barea
Pd: Esto es un muñeco de Semana Santa
Pd 2: Esto es una imagen sagrada que
representa a la divinidad. Catequesis plástica de la fe cristiana.