Al traidor la jugada le salió casi perfecta. Únicamente quedó un cabo suelto… Claro, que el cabo resultó ser de una relevancia cuanto menos notable. Nuestro hombre –o mujer- hiló bien fino. Perfectamente consciente de la división en el seno de la corporación, resolvió sacar partido de la misma. Para ello se valió de su proximidad al círculo que ostentaba el poder. Desde esta privilegiada posición se valió para hacer mayor la división, sembrando cizaña en tierra fértil.
Los detalles de cada proyecto o de cada decisión efectiva adoptada por los que ostentaban el poder eran confesados por el traidor al grupo opuesto al gobierno en la tasca que regenta el sucesor de Osio, sita en el barrio de la Axerquía. Solamente restaba pues esperar la ocasión propicia para expulsar del poder al órgano de gobierno en el que él mismo ocupaba un puesto. El grupo opositor estaba comandado por la persona idónea para provocar el fuego, para hacer el trabajo sucio al traidor.
Y así lo hizo. A cambio compensaría al tonto útil y a su cónyuge con unos años de gobierno difícil, antes de hacerse él mismo con el poder. Mientras tanto, el traidor seguiría moviendo los hilos de todo en la sombra.
Lástima que la balanza de la justicia, que inicialmente dio la razón a sus intereses, diera un giro brusco al final negándole el pecunio con el que él previó contar… Pero dicen que todo –a excepción de la muerte- tiene remedio en esta vida. Así que, como la institución quedó en una situación algo comprometida económicamente, cuando le llegó el momento de ceñirse los laureles, lo hizo públicamente exigiendo el cumplimiento de ciertas condiciones.
De este modo fue recibido con loas por hacerse cargo de la Hermandad en un momento tan complejo, en el que, aparentemente, nadie desearía llevar las riendas de la corporación. Después llegaron los reconocimientos e incluso el traidor consiguió su propia silla en un órgano de gobierno superior. Quién sabe. Lo mismo nuestro personaje ya ha fijado su atención en hacerse en un futuro próximo con la silla más deseada del Consejo. Dios proveerá.
Marcos Fernán Caballero