LO ÚLTIMO

jueves, 16 de julio de 2015

Verde Esperanza: Si huele a regañina... aleja


Una vez más me apoyo en mi admirado Papa Francisco para ilustrar el artículo de hoy. A continuación cito unas palabras que recientemente dirigió a los sacerdotes, religiosos y seminaristas de Don Bosco de una localidad de Bolivia, haciendo referencia a cierto tipo de presbíteros. “Han hecho de la identidad una cuestión de superioridad. Esa identidad que es pertenencia se hace superior, ya no son pastores sino capataces. Yo llegué hasta acá, ponte en tu sitio. Escuchan pero no oyen, ven pero no miran”.  También me gustaría que vieran el minuto 11:10 de este vídeo, cuando el Papa Francisco se refiere a los curas y obispos del dedito así -haciendo el gesto de regañina- .


Tan elocuente como mordaz, el máximo dirigente de la Iglesia vuelve a decir una verdad incómoda, un problema de Ella misma reflejado, en este caso, en muchos sacerdotes. Pero que se contagia a otros ámbitos como pueden ser las Hermandades.

Verán, dejando claro que no soy nadie para dar clases de Teología, o más bien de Pedagogía Teológica, he de posicionarme radicamente de lado del Papa. Puede que no sepa cómo han de aprender a dirigirse a sus ovejas los pastores, pero alguna noción tengo de pedagogía y de cómo interactuar con un público que en muchas ocasiones actúa como oyente pasivo. Hay algo que aprendí en Psicología, que se denomina Efecto Pigmalión, o Profecía del Autocumplimiento. Creo que alguna vez he hablado de ello en Gente de Paz. Consiste, como su propio nombre dice, en que si uno piensa que determinado alumno, en este caso, no va a aprobar tu asignatura, es muy probable que al final del curso el alumno tenga un suspenso de calificación. ¿Cómo es el camino que hay entre la expectativa que uno se crea sobre otra persona y el resultado final? No se piensen que el maestro le pone la calificación de suspenso al final por gusto, sino porque realmente es la que, objetivamente, ha de ser. Se traduce en actitudes a lo largo del tiempo. No prestarle suficiente atención a ese alumno porque uno piensa que va a ser para nada, no darle la oportunidad de participar en clase, o las regañinas recurrentes, llegando a verbalizarse la profecía que uno mismo se ha formado de que no va a aprobar. ¿Resultado a corto plazo? La moral del estudiante se va minando poco a poco, como roca erosionada por el mar, hasta que el autoestima disminuye a unos niveles que, verdaderamente, le impiden estudiar con la confianza necesaria para aprobar.


Todo este rollo que he soltado es perfectamente aplicable a lo que hacen algunos sacerdotes y algunas juntas de gobierno de Hermandades. Homilías destinadas íntegramente a señalar con el dedo a todo aquel que se acerca a la Iglesia para escuchar la Palabra, desprendiendo un olorcillo irremediable a regañinas que hacen sentirse culpable al oyente, en este caso la feligresía. Discursos por lo general recurrentes, dejando a las claras la inmundicia del oyente y la, en muchos casos, aparente superioridad moral del hablante. Falta de tacto a raudales, ya que es habitual que cuando una homilía de estas características finaliza, el feligrés/feligresa de turno se siente mal consigo mismo, desmotivado a participar en posteriores ocasiones de la Eucaristía. No se piensen que me invento lo que les digo, sé de casos de personas que llevaban largos períodos sin asistir a Misa y que, una vez se deciden a ir y se topan con un pastor que se dedica a darle bastonazos dialécticos a sus ovejas, pierden la ilusión por escuchar la Palabra y participar del Sacramento de la Eucaristía. La consecuencia es clara: vuelven a alejarse de la Iglesia, quizá de forma definitiva. Son sacerdotes que parecen querer instaurar filtros en las puertas y ventanas de sus parroquias, dejando pasar a los ¿puros? Y poniéndole trabas al pecador, al que asiste pocas veces a Misa, al homosexual, a las ovejas no que son negras, sino que no son blancas como el marfil.

Es triste que las parroquias tengan cada vez más bancos libres, pero lo es más si cabe que este hecho esté motivado por los propios pastores. Parecen prestar poca atención al proceder de Jesús con todo aquel que no era considerado puro por la sociedad de aquella época. Se acercaba a ellos, les besaba, les perdonaba los pecados con una sonrisa, les invitaba a comer… Cierto es que alguno de estos párrocos pueda decir, y con razón, que hay que hacer ver a la feligresía las actitudes que están mal, y que todo no puede ser color de rosas. Es totalmente cierto, pero yo no estoy hablando de ello. ¡Faltaría más! Quien me lee asiduamente sabrá que no me caracterizo precisamente por ir repartiendo caramelos para todos los cofrades, sino que soy “cañero” en ese sentido y me gusta decir las que son mis verdades incómodas. Pero yo no he accedido al Sacramento del Orden Sacerdotal, y además siempre trato de señalar los aspectos positivos o soluciones en cualquier cuestión que trato.

No se trata de dar homilías dulces y políticamente correctas, sin señalar las actitudes que se alejan de la Iglesia. Se trata, en mi humilde y probablemente equivocada opinión, de hablar con cariño y naturalidad del pecado, haciendo ver que hay caminos para alejarse de él y volver a la senda de Dios. Elogiar también lo positivo, valorar la asistencia de quien acude a Eucaristía, sea asiduo o no, sin reproches y sin mirar la matrícula de cada uno.

El artículo está quedando demasiado desnivelado hacia el lado sacerdotal, y no pretendía que fuera así. Esto que comento también sucede en las Hermandades. Hay una tendencia a señalar sólo lo negativo de cada uno de los miembros: componentes de Junta de Gobierno, Grupo Joven, cuadrillas, capataces… Pero en contadas ocasiones se destaca todo lo bueno que hace cada uno de ellos. La experiencia me dice que decir unas palabras de agradecimiento o simplemente felicitar por el trabajo bien hecho surten un efecto mucho más positivo que las regañinas recurrentes. En resumidas cuentas, y dejo ya de darle vueltas al tema, construir sobre lo que ya hay en lugar de destruir lo que hay para construir después. Nadie es perfecto, nadie. Ni los obispos, sacerdotes, ni siquiera el Papa, ni las Juntas de Gobierno, Hermanos Mayores… Todo lo que es o al menos huele a regañina… termina alejando.

José Barea















Hoy en GdP