Blas Jesús Muñoz. Hay estampas que se reproducen para siempre en la memoria colectiva y pasan a formar parte del acervo emocional de quienes las vivieron. Imágenes que trascienden a ese mismo momento.
La Hermandad del Caído surca la Córdoba actual dejando a su paso el sabor macilento, no del pasado, sino de la historia devocional de la urbe que, en el siglo XVIII despertó al amor hacia una cofradía que mantiene intacta su impronta. La misma que suena, se perfuma y se viste de Córdoba.
En Santa Ana la parada vuelve a trascender al tiempo, a la emoción inenarrable que recuerda a una tarde de Jueves Santo entre inciensos y altares que anuncian la Cena Mística donde el Sacramento fue instaurado y la procesión lo conmemora. La brisa de septiembre esta en la calle, pero allí lo sagrado alcanzó la sabiduría atávíca ante Caído y Mayor Dolor.
La Catedral se perfila en su horizonte estático como el primer Te Deum que la consagró a los días que nos trajeron hasta aquí. Ya no hay horas cuando Caído y Mayor Dolor atraviesan el patio rascando la fe a cada paso. La Catedral ya está prendida de Él como prendió a un canónigo hace siglos. La Hermandad deposita sus tesoros en Santa María de la Asunción para seguir festejando su historia. La Catedral ya es de Jesús Caído.
