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miércoles, 11 de noviembre de 2015

El cáliz de Claudio: Capataz de Capataces



Así llamaban a su padre, Rafael "el niño" Muñoz, Capataz de Capataces. Una saga que ha hecho de su forma de mandar los pasos un estilo de vida, un legado que transmitir y, en definitiva, una forma de comprender la existencia. Y es que los capataces antiguos (No por edad o concepto, sino por historia) poseen una calma apaciguadora, justo en el momento más tremendo de la tormenta.


La templanza del capataz Bragado que de sobra conoce el oficio, sus egos, sus filias y sus fobias, la técnica o la fuerza que resta a su cuadrilla. Rafael Muñoz Cruz es uno de esos capataces entregados a una forma de ser que pasa inadvertida entre los aspavientos contemporáneos y que, lejos de perjudicar le otorga una grandeza que no te la da un martillo, ni una pose para el fotógrafo de turno o un primer plano de GoPro.

Es la grandeza de la naturalidad, la misma de la que tanto adolecemos y que nos ha abocado a una espiral tan a la superficie que ya no sabemos si hay -o hubo- contenido. Una sencillez que demostró en la entrevista que concedía a Gente de Paz, donde repasaba tantas cosas que me es imposible seleccionar algunas en detrimento de las otras.

Un capataz se mira en el estilo y, el de Rafael es personal, no le duelen prendas en reconocer una rectificación, por ejemplo, en un determinado que no deja sino de engrandecer una capacidad de la que casi nadie a estas alturas puede presumir. Porque a Rafael podemos llamarlo como a su padre, capataz de capataces, pues se ha ganado su sitio en la historia.

Blas Jesús Muñoz 











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