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miércoles, 16 de diciembre de 2015

El cáliz de Claudio: Los amigos y los bares‏


La vida es una pulsión que se escribe en la atmósfera de nuestras rutinas y algún momento de luz pasajero. La vida es incomprensible sin una motivación y la soledad, a veces, puede con la inclinación social del ser humano. En el norte -como decía el otro- todo es más frío, más nuclear y la palidez hace del hombre un ser solitario. En el sur, no en el geográfico, emocional de la vida los amigos tienen altares de oro que no están en las iglesias, aunque esa clase de amor, tenga los tabernáculos propios de un templo sagrado.

Los años vienen y van. Lo que era marchó. Algo que dejó de ser regresó una tarde cálida y naranja, donde el horizonte volvió de repente a presagiar un futuro. En la barra de un bar, algunos hablan, siempre de lo mismo, siempre de cofradías. se cuentan las mismas historias, sin ser la misma repetida, aunque la charla parezca desmentirlo. Da igual que la bebida sea o no espirituosa porque el componente esencial es la conversación.

Este cuento de Navidad tan sui generis es un homenaje a aquellas noches en que creímos que íbamos a cambiar el mundo, que éramos los elegidos. Una noche me levanté de la cama, sobresaltado, y caí en la cuenta que los años habían atrapado con sus bridas el ímpetu y me di cuenta de dónde estaba, de lo que había hecho y de lo que no. Supe que había cosas que habían cambiado y otras que jamás se moverán hasta que se pudran y se conviertan en un recuerdo.

Les reconozco que me sentí contento, aliviado, real. A la mañana siguiente llamé a un amigo, uno que siempre está lejos en lo geográfico y muy cerca cuando necesito que me escuche. A él, por motivos que no vienen al caso, no lo voy a nombrar, pero sabe que va por él. No contaremos nada de lo que ha pasado durante estos días, pero con él, que tan pocos bares hemos compartido, siempre brindo en el tabernáculo personal de nuestras llamadas.

Blas Jesús Muñoz










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