VERGÜENZA, con mayúsculas. Ese es exactamente el sentimiento que hemos experimentado muchos cofrades que tenemos dignidad, alma, corazón o sensibilidad, al conocer lo ocurrido en una casa hermandad hace unos días, no importa cuántos. Resulta, que un antiguo hermano mayor se dedicó a insultar a un miembro de su corporación llamándole algo tan grave como maricón. Así, como lo oyen, en pleno siglo XXI y con la que le está cayendo a las hermandades por obra y gracia de la acción de determinados espectros giliprogres, algunos impresentables de cuyo nombre no quiero acordarme y que lamentablemente engrosan las filas del universo cofrade para mancharnos a todos con su repugnante bazofia, demuestran periódicamente que no tienen otra cosa que hacer en sus miserables vidas que echar mierda encima a sus congéneres, con actitudes ante las que, de ser generalizadas, yo mismo abogaría por la prohibición absoluta y radical de todas las cofradías pero no por parte de los poderes políticos, como algunos de los que nos odian propugnan, sino por la jerarquía eclesiástica que si tuviese lo que tiene que tener expulsaría para siempre del seno de la iglesia a semejantes canallas, algunos con pedigrí católico de toda la vida, que desde su posición de supuesta superioridad moral ensucian de la manera más repugnante corporaciones que no son de su propiedad por mucho que su pueril imaginación se lo haga creer y que sobreviven gracias a ellos, al daño que causan cada vez que abren su bocaza y a su asquerosa herencia de cizaña sembrada por los rincones de su incompetencia.