El Jueves Santo es, sin duda, la jornada de nuestra Semana Santa en la que pisan nuestras calles las Imágenes Sagradas de mayor valía artística. La presencia de las mismas en cada rincón de la ciudad hace que uno sea capaz de salvar el inexorable paso de los años y que un escalofrío interior recorra su cuerpo al imaginar que, quizá, varios siglos atrás, nuestros antecesores pudieron contemplar con sus ojos esas mismas tallas que hoy presiden magnánimos pasos, portadas en modestas parihuelas atravesando callejas únicamente iluminadas por los cirios de sus penitentes.
De aquella Semana Santa de siglos pretéritos se han perdido muchas cosas. Muchísimas. Una de sus últimas reminiscencias fue, quizá, la presencia en el cortejo de Jesús Nazareno de la antigua talla de San Juan Evangelista que, tristemente, dejó de procesionar hace ya varios años precediendo a María Santísima Nazarena en su propia parihuela portada por cuatro nazarenos. Una pena esta pérdida motivada, probablemente, por el escaso número de integrantes de las filas nazarenas de la Cofradía. Habrá, evidentemente, quienes piensen que así es mejor porque tal cosa no se ve en la Semana Santa de Sevilla, la “Semana Santa estándar” a la que todo el mundo quiere parecerse, ya sea para lo bueno o para lo malo. Curiosamente muchos de los que afirman que es mejor así vienen a ser los mismos que no se rasgan las vestiduras viendo a una señora vestida de Verónica en el cortejo de Montserrat o la reliquia de la Santa Espina portada también en parihuela portada por acólitos en el caso del Valle. Bien, hasta ahí alcanza la coherencia de algunos.
La solemnidad de Jesús Nazareno caminando hacia el Gólgota portando su cruz de plata, el precioso calvario del Cristo de la Caridad con Su bendita Madre orando a los pies del Hijo muerto, la majestuosidad del Esparraguero, el brazo tendido de Jesús que descendido de la cruz descansando ya en el regazo de la Virgen de las Angustias… Y Jesús Caído. Jesús Caído es la viva imagen del perdón, de la misericordia, de la clemencia. Cuando el Viernes de Dolores, en el transcurso de su Vía Crucis, recorre la cuesta carmelita en Vía Crucis cargando con el peso del madero, podemos apreciar bien la hermosa mirada de sus ojos que han dejado escapar varias lágrimas que recorren su divina faz. Jesús Caído se muestra ese día ante nosotros como perfectamente lo pudo hacer ante nuestros antepasados tantos años atrás. Y, tal y como lo hacía con ellos, nos viene a recordar que Él es amor, mostrándonos con su ejemplo, que no hay mayor gesto de entrega que el de aquel que da su vida por los demás. ¿Hay mejor forma de inspirar a la piedad popular que con la dulce mirada de Jesús Caído? ¡Bendito seas Tú por siempre, Señor!
Marcos Fernán Caballero