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viernes, 1 de enero de 2016

Enfoque: El año de mi Catedral


Blas Jesús Muñoz. Por optimista, uno siempre se suele llevar en el saco más sinsabores que alegrías. Ese impulso que te lleva a concebir la sociedad, en su estado natural, como algo necesariamente bueno es el mismo que te deja el desengaño, tras cada paso mal dado. Rousseau era un optimista como yo, mejor dicho, yo como él. Y aunque en su concepto filosófico de librepensador no entrara un tema tan vacuo como el del acceso de las cofradías a un templo, de haber sido cofrade me entendería perfectamente.

Pese a que por una vez espere la llegada del Domingo de Ramos con la impaciencia de otras Cuaresmas, no es menos cierto que no daré la certeza de nada hasta que mis ojos y mis sentidos den crédito a lo que corroboran en el Patio de los Naranjos. Y, hasta ese momento, aun queda mucha tela que cortar y patrón por definir en la sede de Isaac Peral.

Sin embargo, ya no dudo que este será el año de mi Catedral. Sí, "mí". Porque quienes, a nuestra manera hemos soñado con llegar a un momento, al menos similar al actual, partimos, mitad de la alegría, mitad de la incredulidad de ver como el templo que es de todos puede ser usado por todos.

Y es que la Catedral, pese al pretencioso intervencionismo político que se le quiere dar, es un espacio abierto. Al visitante, al creyente, al cofrade, incluso, a quien quiere renegar del uso que lo ha conservado intacto durante siglos, a diferencia de otros monumentos de la ciudad. Es parte de un patrimonio colectivo que, como todos en la vida, ha de ser gestionado y, le pese a quien le pese, el Cabildo lo ha hecho y lo sigue haciendo de una manera brillante. Y si no me creen consulten el número de visitantes de 2015. Los datos hablan.




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