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lunes, 4 de enero de 2016

Enfoque: La Córdoba enterrada


Blas Jesús Muñoz. La mañana del domingo se había convertido en un otoño tardío. Las hojas entregaban el piso y parte del césped de los jardines que ocupan el antiguo Campo de la Merced, mientras los árboles semidesnudos lanzaban sus ramas macilentas hacia el ocaso de una ciudad que cada vez brilla menos, aunque alguna iniciativa se empecine en soltar haces de luz como estrellas fugaces que iluminan un orbe contaminado.

Les confieso que, por un momento, me sentí una vez más como un poeta maldito. Pese a empujar el carrito, no me resistí a contarle a Marcos las bonanzas líricas de un paisaje así, mitad bucólico, mitad estímulo para unos sentidos frágiles que ya sólo encuentran en los pequeños detalles las maneras de vivir.

Obvié concienzudamente la realidad anversa que encuentra en las hojas de los plátanos de sombra la metáfora perfecta de la desidia. De una ciudad que se parece perseguir su propio enterramiento en las hojas que velan el cadáver en que comienzan a convertirla sus gobernantes, mientras se autoproclaman los adalides de la lucha por empresas municipales que, justo ahora, parecen sortear su labor de limpieza de unas calles que, por bucólicas, no dejan de ser un peligro. Sin embargo, es festivo y el único en el que parecen tener ansias de trabajo es en Semana Santa cuando con sus mangueras y sus cepillos ensuciaban el paso sagrado de una cofradía.



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