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jueves, 4 de febrero de 2016

Verde Esperanza: Amnesia histórica


Actualmente está muy de moda el tema de la Memoria Histórica, aquella que rinde homenaje a los vencidos de la Guerra Civil y víctimas de la Dictadura. Desde mi punto de vista, todo homenaje para los damnificados de la brecha que se creó en el país en el 36 es insuficiente. Pero ojo, para todos los damnificados. Bien es cierto que los vencidos sufrieron las consecuencias de salir derrotados, pero no es menos cierto que no sólo hubo pérdidas en el bando republicano. De todos modos, no quiero adentrarme en el farragoso terreno de la política, ni en el de los bandos puesto que nunca debieron haber existido. Hoy en día perdura esa brecha entre las dos Españas, puesto que parece ser que hay mucha gente empeñada en desenterrar el pasado para reconstruir la historia según sus intereses, y no permitir que todos los españoles convivamos en paz de una puñetera –con perdón- vez por todas.

No cabe duda que el pasado no se puede ni debe borrar, puesto que se puede caer en el desastroso error de volver a cometer los mismos fallos que otrora. Si los ciudadanos estudiaran historia pero de forma neutra, sin serles aplicados matices ideológicos ni opiniones en la educación de la asignatura, probablemente esa brecha cicatrizaría paulatinamente. Pero es obvio que aquella cicatriz que hostigó a nuestra nación es objeto de deseo masoquista de quienes no pretenden honrar a los caídos de un bando –ya les digo que honrar sólo a una parte me parece, como poco, deshonroso, valga la redundancia- sino hacer política interesada a partir de ello, y de camino, cobrarse revanchas.

Por aportar una visión más global de la cuestión, ya puestos a honrar, ¿por qué no honramos a todos aquellos cristianos que fueron perseguidos, señalados con el dedo e incluso ejecutados por el mero hecho de serlo? ¿Por qué se olvida la quema de parroquias y la pérdida de patrimonio de las mismas? ¿Qué hubiera pasado si otras muchas no hubieran sido hábilmente escondidas por los fieles de la época? Todo aquel cofrade conocerá al imaginero Castillo Lastrucci, quien sin duda tuvo gran protagonismo tras la Guerra Civil, ya que muchísimas Hermandades le encargaron que hiciera nuevas tallas para llenar el vacío que había dejado la quema de iglesias y la persecución a todo lo sagrado. Por ello el imaginero sevillano tiene tantísimas tallas a lo largo de la geografía andaluza, y quizá también por ello la frontera entre lo que es sello personal y hacer imágenes en serie es demasiado difusa en el caso de la obra de Lastrucci, por la ingente cantidad de encargos que llegaban a su taller. Esto da testimonio de la gran cantidad de pérdidas que se sufrieron, también para el otro bando, en los años más negros de una nación que, tiempo atrás, fue el imperio más grande de mundo, y que terminó asesinándose entre unos y otros por pensar de una u otra manera. Muy español eso de ser cainita, no cabe duda.

Por supuesto, ni de lejos pueden equipararse las pérdidas humanas con las de patrimonio artístico de las Hermandades. Pero conviene poner los acontecimientos en perspectiva. ¿Qué hubiera sucedido si el bando vencedor hubiera sido el vencido y viceversa? ¿De cuánto patrimonio más -humano o patrimonial- se habría privado a una nación con tantísima historia como la nuestra? Es tentador decir que eso nunca se puede saber, y que nadie puede aventurarse en crear hipótesis a partir de hechos que nunca sucedieron. Pero lo que es cierto e indiscutible es que, durante el conflicto, la comunidad cristiana española no salió demasiado bien parada ni en pérdidas humanas ni en pérdidas de patrimonio artístico y documental. Puede uno pensar que sí lo hizo después del mismo, cuando el dictador Franco se aferró al nacionalcatolicismo como símbolo para unificar al país, y que cuajó gracias, precisamente, al hostigamiento que la Iglesia había sufrido por parte del otro bando. Pero desde mi punto de vista fue un mero espejismo, un error –quizá forzado- de la Iglesia católica del país que terminó por pasarle factura. A la vista está la concepción que hoy día se tiene de que si eres católico por obligación has de ser de derecha o extrema derecha, y la continua y visible aversión que, tantas décadas después, la izquierda sigue mostrando hacia todo lo que huela a incienso. No, la Iglesia no ha salido en ningún caso bien parada de la Guerra Civil, ni del Franquismo, ni del nacionalcatolicismo. 

Tanto hablar de memoria histórica y de lo que adolece nuestra enferma sociedad es de amnesia histórica. O quizá de prostituir –o dejar que otros prostituyan, que viene a ser lo mismo- la historia para cobrarse revanchas que debieron perecer y quedarse en el pasado. Nuestra Iglesia, a pesar de que muchos piensen y con razón que durante décadas del Régimen salió beneficiada, continúa pagando las facturas de aquello día tras día, insulto tras insulto, profanación tras profanación y burla tras burla. Salta a la vista que nada bueno trae mezclar política con Iglesia, más aún cuando se pretendía utilizar a esta última para intereses personales. La separación Iglesia-Estado, aunque pueda parecer peligrosa para la institución religiosa, no es más que una herramienta de purificación de la misma. ¿Se imaginan nuestro país sin que nadie metiera el dedo en el ojo de los curas, de los católicos por el mero hecho de serlo, día sí día también? Quizá habría sido posible si las cosas hubieran sido diferentes. Pero… la historia no se puede cambiar ni olvidar. Lo que sin duda ha de hacerse es pasar página y mirar al futuro común de todos.

Para terminar, me gustaría citar una afirmación que realizara Rafael Martínez Sierra, Catedrático Emérito de Medicina, en su artículo para ABC titulado “La amnesia histórica (médicos de la Guerra Civil)” y publicado allá por enero de 2008:

“Y como hiciera mi padre: yo traigo al mundo a ese niño aunque su padre flagelara al mío y después me  fusile a mi.”


 José Barea






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