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martes, 1 de marzo de 2016

El Cirineo: Primavera


Amaneció la primavera lentamente, con la cadencia propia de las cosas fundamentales, como una nueva cuenta del rosario secuencial e imperturbable que viste sus mejores galas sin que nadie lo requiera, conocedora del poder infinito que su esencia derrama y del anhelo que despierta en los pobres mortales que ansían su fragancia en los albores de los fríos de febrero.

Paulatinamente, el azahar comenzó a recuperar su lugar de privilegio en el vergel dormitado de la Calle de la Feria y el aroma ancestral que parece habitar impregnado en nuestros genes se precipitó poderoso por cada rincón de una ciudad sedienta más que nunca del misterio que se encierra en sus entrañas. Y los templos se convirtieron en jardines rebosantes de espiritualidad y transformaron la carencia en abundancia, y el caudal heredado de antiguas generaciones volvió a desparramarse convirtiendo la penumbra en musicalidad y el silencio en una explosión de colores que son muestra ineludible e inequívoca de la magia que encierra la madre naturaleza.

Entonces, el eco del martillo volvió a perderse por calles y plazas, y un inconfundible e inexplicable aroma a incienso retumbó de manera prácticamente imperceptible en el espíritu que anida en el imaginario colectivo y que algunos se empecinan en desterrar, y la tradición que pregonaron nuestros antepasados, resucitó con el brillo que cada año parece empeñarse en agonizar.

Y un redoble de tambores se convirtió en horizonte de promesas difuminadas y un resplandor antiguo centelleó por la ribera del sentimiento restaurado y una premonición mutada en creencia auténtica y legítima, obligó a claudicar cualquier atisbo de resistencia precipitando que el deseo volviese a ocupar el trono de la esperanza adormecida tras largos meses de lejanía.

Se abrió de par en par la ventana para que la luz atravesase el cancel de la monotonía y en ese preciso instante, todos supimos que había llegado su momento. La primavera volvió a erigirse en emperatriz de nuestra esencia cotidiana desterrando al país del letargo la ausencia que habitaba los rincones del sueño. 

Y se vistió de cofradía el calor de la media tarde y se inundaron de cera los adoquines y se preñaron de túnicas las callejuelas y se tiñeron de bambalinas cielo y balcones. Y se encendió la caricia del alma temprana y se bañó de sonrisa la fe infinita, se engalanó de ternura mi Edén herido para beber en el cáliz de mi utopía.

Únicamente supondrá un destello fugaz cuyo resplandor agonizará en siete efímeras madrugadas, pero mientras se alcance el ocaso y el silencio, Andalucía entera olvidará sus miserias rebuscando en cada esquina la mirada de la Madre de Dios para bañarse en sus pupilas y alimentando su corazón herido del inmortal mensaje de Aquél que nos enseña cada día a levantarnos frente a este despreciable mundo que se obstina en clavar la rodilla de la humanidad en el fango de su tragedia. Y es que por una semana, solamente por una semana, el Cielo gobernará en nuestra orilla.

Guillermo Rodríguez








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