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martes, 5 de abril de 2016

El Cirineo: Sabor amargo


Debe ser una especie de crisis tardía de los cuarenta, o tal vez la sensación de sentirme apartado de todo lo que viví en mis tiempos de juventud, o quizá que las cosas se ven de otro modo cuando la lejanía y la ausencia quebrantan nuestros propios sentimientos atesorados. La cuestión es que cada día mis emociones son más difusas cuando atravieso la reja de Capuchinos.

El pasado Miércoles Santo volvió a suceder. Subí las escaleras en compañía y con mi niño de la mano, de blanco inmaculado, inconsciente en su ilusión infantil de que aquella casa que le es ajena por completo, un día fue el hogar en que su padre aprendió a respirar el aroma del incienso y la cera derretida y me sumergí casi de inmediato en un mar de sensaciones contradictorias que me mantuvo abstraído en mis propios pensamientos un buen rato, mientras observaba casi en silencio cómo cuatro advenedizos se paseaban por el huerto capuchino pavoneándose como si de su gallinero se tratase.

Fueron muchos minutos de sentimientos encontrados. Por un lado la tristeza de que mi hijo jamás vivirá aquello que yo viví en aquella lejana infancia de la que ahora beben mis recuerdos, pero por otro, la consciencia de que el mundo ha cambiado y por más que nos empeñemos en ver las cosas a través del prisma del pasado, la realidad nos demuestra que es absurdo intentar evaluar el presente imaginando que las cosas son como un día fueron, así que no les voy a negar que al mismo tiempo, sentí la sensación de cierta tranquilidad por poder evitar que sufra como yo hago.

Todo en la vida tiene consecuencias y es incuestionable, tanto para los que se fueron como para los que han quedado (los que llegaron después no tienen ni idea porque solamente han vivido una parte de la historia), que es imposible de subsanar el daño causado por quien hizo de una hermandad su cortijo, expulsando del Edén a todo el que le molestaba en su miserable afán de poder y de pasar a la posteridad. Más aún cuando quienes tienen en sus manos la responsabilidad de lograrlo, no solamente no han hecho nada para paliar la situación sino que se empecinan, por acción u omisión, en echar más leña a la hoguera de la fractura social que tienen el atrevimiento de negar en público.

Sea como fuere, las cosas son como son y no como nos gustaría que fuesen. Unos mandan de la manera en que mandan y a otros nos queda la mencionada lejanía... y Ellos, que siempre están ahí, que son los que realmente importan. Hemos llegado a un punto en que resulta indiferente quién fuerza bajas de hermanos de manera más o menos velada, ni que la culpa en determinados asuntos pueda ser compartida, porque la cuestión fundamental es el daño y la fragmentación, que está teniendo consecuencias claras por más que ciertas vendas impidan a algunos ser capaces de analizar la situación con auténtica objetividad.

Desde lejos es evidente que la tendencia es claramente descendente, en muchos aspectos, y lo más grave, y triste, es que todo el mundo parece darse cuenta excepto los palmeros de siempre, algunos desde cierta redacción en crisis o en sus alrededores, y los que continúan desenvolviéndose entre el peloteo de quienes les rodean y mienten, desoyendo los consejos que se emiten desde la distancia porque parece que si la crítica la hace un contrario no existe el problema, en lugar de ser capaz de detectar que el problema existe con independencia del lugar del que la crítica provenga.

Ocultan la cabeza en el agujero como los avestruces, amparándose en justificaciones ridículas que caen por su propio peso, porque lo del retraso por el número de nazarenos cuando otras cofradías con cortejos similares no sufrieron del mismo modo, es patético por más que se escriba negro sobre blanco bajo una cabecera que en lo cofrade hace tiempo que perdió su prestigio, cómico si no fuese porque a pesar de la lejanía y el tiempo, a muchos nos sigue doliendo que algo de lo que nos consideramos parte sea objeto de la mofa casi general. Y tristemente se viene repitiendo desde hace años, acuérdense del bochornoso espectáculo que se dio con el suceso del palio, y cómo ciertos periódicos titularon (mintiendo o dejándose engañar, que hubo de todo) que el palio había quedado "destrozado" y cómo el de siempre intentó sacar provecho de ello, repitiendo un lamentable episodio del pasado que derivó en una exitosa recaudación, certamen benéfico incluido. Es cierto que en esta ocasión la jugada no salió bien, y no salió porque algunos desmontamos el "exceso" y demostramos que simplemente se produjeron ciertos desperfectos que pudieron ser arreglados sin mayor problema y a tiempo para el Miércoles Santo, algo que hubiese sido del todo imposible si el palio hubiese quedado "destrozado" con tan escaso tiempo de margen. Aún estamos esperando una rectificación a semejante "exageración" por todas las partes implicadas, periódicos y dirigentes, los que ya no están y los que estaban y siguen estando.

Mi silencio en el huerto capuchino quedó roto cuando me vi inmerso en una charla entre desheredados, entre desterrados, alimentada de comentarios a medio camino entre la ironía y el dolor camuflado de comprobar cómo algunos ocupan el lugar que a otros corresponde, por obra y gracia del dedo decisor de los que a otros acusan de atacar por atacar, por el mero hecho de contar lo que está pasando. La conversación se interrumpió súbitamente cuando en la escena irrumpió alguien de los que ahora llevan galones...

- "¿Dónde vas?", le preguntó a uno de mis contertulios.
- "Donde me han dejado", respondió él, con una mezcla de humildad y rabia contenida, a sabiendas que el sujeto que le interpelaba era perfectamente conocedor de que había sido uno de los últimos desterrados de la que un día fue su casa de hermandad y sobre todo de cómo se habían producido los hechos.
- "Yo pedí que fueses en presidencia"...

A partir de ese punto, la conversación que apenas se alargó unos segundos más y que había incrementado escandalosamente en tensión y cinismo, se limitó a un par de intercambios verbales contenidos que en cualquier momento pudieron estallar. No ocurrió a Dios gracias, pero el regusto de aquella increíble falta de sensibilidad frente a una persona que estaba viviendo unos momentos muy duros por verse privado de su lugar junto a Ella y la falta de lo que hay que tener para evitar culpar a terceros de la responsabilidad derivada del cargo que cada cual detenta, fue amargo, muy amargo. Pero eso de jugar a "la culpa fue de otros" y "yo no quería" se ha convertido en un recurso que nos estamos acostumbrando a escuchar con demasiada frecuencia en determinados foros.

Yo solo acerté a comentar lo que tantas veces me he repetido a mi mismo. "Es lo que nos toca vivir, que los que lleguen ahora hasta nuestro nombre olviden, el nuestro y el de todos los que contribuyeron a construir la casa desde sus cimientos, y por duro que sea, resulta imprescindible aprender a vivir con ello". La charla, más por higiene mental que por otra cosa, retornó a la ironía y la chanza, pero la inevitable sensación de que para muchos aquella ya no es nuestra casa lleva rondando mis pensamientos desde entonces.

Cuando llegamos a Capuchinos, con un retraso inconcebible, mi único comentario a mi familia fue que cada año el sabor con el que llego a mi casa cada Miércoles Santo es mucho peor que el anterior. Y lo más triste es que no parece que vaya a cambiar en los próximos tiempos porque si en algún momento tuve una pequeña esperanza, muy muy pequeña, lo reconozco, en que quienes guían ahora los destinos de la corporación hiciesen algo para cambiar la realidad, murió hace mucho tiempo. No sé si llegará el momento en que deje de sentir la necesidad de vestir mi túnica nazarena, ya saben lo que dice Manolo García, "no es que el tiempo lo cure todo, pero puede ayudar...", lo que si sé es que cada Jueves Santo ese día parece estar más y más cerca.


Guillermo Rodríguez
@GuillermRodrigu


Foto Jesús Caparrós




Recordatorio El Cirineo: Un Miércoles Santo de verdadera Paz y Esperanza






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