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jueves, 19 de mayo de 2016

El cáliz de Claudio: Un pequeño tesoro cofrade


Era una tarde de Viernes, de esos que se recuerdan en mayúscula pues fueron el germen de todo lo vivido. Las imágenes, los aromas, el bacalao de la vigilia y aquella nostalgia -la llamaría melancolía un poeta- que ya nunca se fue. Una extraña compañera de viaje, tan incoherente y frustrante, que te hace desear lo que no podrás recuperar, a sabiendas de que cuando se tuvo no se supo apreciar para ahondar en ese sentimiento extravagante.

Aquella tarde de Viernes marcó el paso de las cofradías, las mismas que siempre son pasado y futuro porque el presente -hasta el más tranquilo- siempre juguetea inquieto entre los dedos. Era un pequeño tesoro cofrade, pues aquellos días ya se dejaba caer la intuición de cuán efímeros son los sentimientos. Los mismos que fueron dando paso a otros que llegan hasta la tarde de hoy, tan distintos e iguales.

La antítesis juega en la perspectiva como un elemento necesario, como un vehículo donde se canalizan las aspiraciones, los recuerdos, lo esperado, aquello que nunca llegó, lo que no supimos ver... en definitiva, lo vivido. Ahora, miro a mi pequeño gran tesoro y no le cuento nada de aquello, aguardando que su alma, tan limpia, deje que todo fluya con la naturalidad de la inocencia, sin ninguna predeterminación. Los días juegan en su mirada y las cofradías están tan cerca y tan lejos que ya apenas podemos intuir su paradero.

Blas J. Muñoz


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