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lunes, 30 de mayo de 2016

El gesto preciso, en el peor momento


Blas J. Muñoz. La vida suele componer su collage de escenas que determinan una trayectoria por medio de detalles que, en apariencia nimios, vienen a marcar el futuro. Y esos gestos encuentran su liturgia especial en la figura del torero que mantiene rituales que son inherentes a un modo de vida diferente al resto de sus congéneres. 

Cada diestro guarda imágenes de Vírgenes y Cristos, pero suele tener una por la que siente un apego especial; una hierofanía a través de la que encuentra la calma en el momento preciso por el que transitan el miedo o la desilusión. Y, como es sabido, la de Juan Serrano "Finito de Córdoba" es Nuestra Señora de los Dolores, la Reina de los Servitas, la estrella que ilumina al torero en sus tardes.

La Hermandad de los Dolores compartía una imagen de la tarde que estaba predestinada al éxito, al reencuentro con su afición para que Finito celebrará sus veinticinco años de alternativa, encerrándose con seis toros en el Coso de los Califas. La meteorología no quiso que este esperado momento se diese y hubo de suspenderse el festejo.

Los aficionados se quedaron con la frustración de no poder asistir a una de esas tardes que siempre se recuerdan y contemplar los lances acompasados por el sonido de Caído y Fuensanta. Pero en ese momento, el torero volvió a mirarse en el espejo donde se buscan los creyentes. Y allí, frente al retablo cerámico de Nuestra Señora de los Dolores, se produjo el gesto preciso, en el peor momento.

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