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sábado, 7 de mayo de 2016

La Chicotá: Vergüenza inmortalizada


Ya ha pasado casi una semana desde que la última flor de la cruz comenzaba a marchitarse. Desde que último miembro de la Hermandad -con mayúsculas- abandonase la cocina y cerrase el grifo del barril. Desde que el último abrazo sentido estrechaba cuerpos conocidos sin deudas ni favores.

Sin duda alguna el barrio escogido desde hace años nos recibe como hermanos y vecinos, sin sentirnos de prestado, porque sienten como suyo cada uno de esos lunes con mirada al cielo y posterior dulzura al infinito de mi Hermandad de la Merced, la de lo de serio y lo elegante, la de su gente y su bondad.

Debería ser normal, el sentido de hermandad, que tiene como ingredientes principales la labor desinteresada y la separación de otros menesteres, sin contratos de por medio ni notas musicales más allá del cante acompañado de palmas y guitarras, pero ¡ay!, que puñetera y traicionera puede ser nuestra hermosa consejera, nuestra grande y sentida compañera, que no es ni más que el orgullo y la mentira.

No debemos irnos lejos para ver la verdad de unas noticias que confirman los rumores. Y es que, a pesar de esconderse tras alardes de calidad y esfuerzo, se esconden tras papeles y favores ocultos, tras barras de cruces flanqueadas por torres que un día fueron puertas de entrada a nuestra ciudad y que hoy se convierten en salidas de vergüenzas y favores de bandas y hermandades que inmortalizan la bajeza disfrazada de favor.

José Ignacio Dionisio






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