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sábado, 28 de mayo de 2016

Mi luz interior: Melancolía de Feria


Termina la feria de Mayo con el mismo mal sabor de boca con el que me deja cada año. Lo peor es que el desencanto va en aumento buscando el infinito sin esperanza alguna de que recupere niveles tolerables que me permitan disfrutar con los míos de un ratito de amistad en alguna caseta tradicional en peligro de extinción. Atrás quedan aquellas ferias de mi infancia en los Jardines de Vallellano y la Victoria (incluso en Los Patos), con sevillanas por doquier y un ambiente reconocible por cualquier ser humano no acostumbrado al ambiente de discoteca. No me malinterpreten. Yo fui de las que se tomó con ilusión el traslado de la feria al Arenal, hace tanto que ya ni recuerdo cuándo, pero la cruda realidad ha convertido en un fracaso lo que un día fue una ilusión colectiva.

Cuando era niña me gustaba la feria, no diría que era la fiesta del año que más me apasionaba desde luego, pero disfrutaba yendo con mis padres a las casetas después de darnos una vuelta por la calle de los cacharritos. Luego íbamos a cenar a alguna caseta en la que sonaban y bailábamos sevillanas que en momentos puntuales de la noche eran sustituidas por la actuación en directo de alguna banda que tocaba los éxitos de la temporada y de algunas temporadas anteriores, generalmente con una buena calidad y siempre haciendo las delicias del público asistente que llenaba la zona de baile. Eran tiempos en los que las mujeres, los niños y las niñas vestían traje de flamenco, es cierto que casi ningún hombre lo hacía pero al menos tres de cuatro podía considerarse todo un éxito, sobre todo viendo cómo hemos acabado. Aún recuerdo los mejores momentos de aquellas ferias cuando podías disfrutar de Los Marismeños, Amigos de Gines, Los Romeros de la Puebla o Cantores de Híspalis cantando en directo en algunas de estas casetas que la cerrazón de nuestros dirigentes municipales se empeñó en erradicar de una feria que era de todos y ha terminado por convertirse en la feria de algunos.

En algún momento de la historia las cosas cambiaron. Seguramente sea muy complicado determinar con exactitud los motivos del desastre, pero están claras algunas de las causas entre las que podemos destacar, sin temor a equivocarnos dos, “lo lejos que está la feria”, un mundo para el cordobita medio acostumbrado a un Cajasur en cada esquina y a comprar en la tienda de ultramarinos de los bajos de su casa y la maravillosa idea superdemocrática de obligar “si o si” a todos los  colectivos que montan una caseta a hacerla abierta para que cualquiera (y cuando digo cualquiera quiero decir cualquiera) pueda entrar en la caseta que le apetezca. 

A todo ello hay que añadirle que, al parecer, en el Arenal las plantas crecen a una velocidad infinitamente inferior a la del resto de la ciudad, lo que se ha traducido en un recinto que durante años ha carecido de árboles que facilitasen un mísera sombrita, estado expuesto el valiente visitante a la crueldad del sol del incipiente verano cordobés. No olviden nunca que la feria de Mayo se celebra en Mayo, a finales de Mayo para ser más exactos y los forasteros que nos visitan en estas fechas o viven en esta ciudad saben a lo que me refiero. Es evidente que dotar de vegetación adecuada al recinto era una manera inteligente de crear un verdadero microclima y no esa guarrada de los aspersores de los que algunos necios están tan orgullosos. Pero claro, eso era pensar demasiado y nuestros políticos tienen el nivel que tienen. Es cierto que en los últimos años, por fin alguien ha reparado en que “lo de la vegetación” era imprescindible, pero ya es tarde. La idea de que el Arenal es un infierno hasta que anochece es una máxima grabada a fuego en el imaginario colectivo cordobés y como todas las verdades asumidas por el pueblo es muy difícil convencer de lo contrario. Y el ambiente de la feria de noche tampoco invita a vivirla de una manera precisamente familiar. Si tienes cierta edad y te gustan determinadas cosas puede que lo goces, pero con niños pequeños a determinadas horas hay muchos que se lo piensan dos veces.

La lejanía de la feria se ha pretendido paliar con una flota de autobuses en los que los usuarios viajan como sardinas en lata, en ocasiones sin aire acondicionado aunque el “chofer” asegure que está conectado. Eso en el mejor de los casos porque les desafío a coger el bus de la feria en ciertas paradas sin desesperar al ver pasar una y otra vez al que toca lleno hasta la bandera. Un suplicio, vaya. Lo de llegar a la feria en coche mejor ni mencionarlo. Es más fácil encontrar un aparcamiento en Colón sin que te salga un gorrilla de detrás de la farola en la que estaba agazapado justo hasta que cierras la puerta del coche que encontrar uno, no digo ya cerca de la feria, sino ni siquiera en cinco kilómetros a la redonda. La última vez que lo intentamos aparcamos en el Pryca (Carrefour para las nuevas generaciones). Conclusión: a la feria andando o en taxi.

Y respecto a las casetas abiertas, ¿qué quieren que les diga que no se haya escrito ya? Las casetas de la feria de Córdoba siempre fueron mayoritariamente abiertas sin necesidad de que ningún político progre lo impusiera por decreto, pasándose por el arco del triunfo el más elemental respeto democrático al concepto de libertad, que pasa en este caso porque si yo quiero tener una caseta para que se llene de gente e intentar sacar rendimiento económico de ello pueda hacerlo y si quiero montar una caseta entre unos cuantos amigos para reunirnos en la feria nosotros solos, también. Pero explicarle lo que es la libertad a estos especímenes que se vanaglorian de vender ron cubano colaborando directamente con una dictadura y además con nuestro dinero, es algo absolutamente imposible. La consecuencia es por todos conocida. Muchas grandes empresas dejaron de montar sus grandes casetas con sus grandes actuaciones, porque las montaban gastándose SU dinero, no como hacen otros, y por tanto eran para sus empleados y sus familias, algo que no es muy difícil de comprender incluso para las mentes más retorcidamente anticapitalistas. Yo amueblo mi casa para que la disfruten los míos y quien yo quiera. Si me obligan a abrir la puerta para que entre el primero que pase ocupando mi sillón e impidiendo que los míos lo puedan utilizar, pues igual prefiero no poner sillón alguno y desde luego la casa la amueblo a base de bazar chino, que nadie lo dude. Y así tenemos una feria con grandes casetas contadas con los dedos de una mano, la mayor parte de ellas porque las empresas que las montan volvieron “casi obligadas” por el ayuntamiento, y horriblemente decoradas, salvo honrosas excepciones, ya les he explicado por qué.

El resto de la feria ya saben en qué ha quedado. Insoportables discocasetas con una música insufrible seguramente muy adecuada para otro recinto pero que yo, jugando a ser política prodictadura cubana, prohibiría sin contemplaciones en la feria, el botellón que mientras que en la Casa Rosa de Capitulares regía el anterior partido gobernante era un gravísimo problema que iba a cargarse la feria y ahora es algo natural que hay que asumir (Aumente se cubre de gloria cada vez que abre la boca) y las casetas okupa tipo Juan XXIII que no necesitan exigir entrada a sus correligionarios porque les basta con poner a dos o tres perroflautas en la puerta marcando tendencia y a ver quien es el guapo que se arriesga al barrizal y a los piojos.

Y en medio de este escenario dantesco, las casetas cofrades, las de verdad, no las realquiladas y convertidas en una discocaseta más. La Trabajadera, la Estrella, Expiración, Entrevarales, La Merced, El Esparraguero… me dejo algunas y pido disculpas por ello, pero como ejemplo para que me entiendan ya les valen éstas. Auténticos oasis en un desierto en el que sin ellas sería imposible encontrar algo que se parezca lejanamente a aquella feria de mi infancia que la melancolía se empeña en hacerme recordar cada año por estas fechas. Hace unos años un político, y no precisamente de la cuerda de los que se meten en la cocina a sacar salmorejo, prometió cambiar este caduco modelo de feria por otro que a muchos ilusionó por la posibilidad de volver a recuperar algún día un cachito de Arenal para los que nos gustaría vivirla de otro modo. Mintió, como en tantas otras cosas. Ojalá algún día alguien se atreva a meterle mano de verdad al problema antes de que sea irremediable, si es que no lo es ya, y podamos algunos volver a ver la feria in situ en lugar de en fotos desde la playa o sentados en alguna terraza de la Avenida de Barcelona.


Sonia Moreno





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