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sábado, 28 de mayo de 2016

Una deuda eterna con el capataz


Blas J. Muñoz. Durante esta última semana hemos tenido la oportunidad de repasar imágenes que, a buen seguro, más de uno creyó perdidas, mientras otras se suman al acervo que, dentro de unos años, será parte de nuestra particular hemeroteca. En ellas hemos contemplado, por ejemplo, como los preparativos y las realidades, en algún caso, de las Octavas del Corpus que realizan las cofradías cobran carta de naturaleza.

También, la memoria nos dejaba una estampa de la procesión de Su Divina Majestad en el año ´96 y nos traía una vez más de vuelta a Rafael Sáez Gallegos. Un capataz que lo fue de muchos pasos y que nos dejó en patrimonio una humildad y sencillez que tanto añoramos, pero que -en alguno de los que ahora están- sigue derrochándose, aunque esta última expresión parezca una antítesis.

Cuando David S. Pinto Sáez de comienzo al caminar de la Custodia hacia la ciudad a que se entrega, un capítulo más en la historia de los Sáez se estará escribiendo. Siempre el penúltimo, siempre en unos puntos suspensivos que nos invitan a retomar capítulos anteriores para comprender como los costaleros llegaron a configurarse tal y como son.

En una familia se proyecta una forma de entender la vida que, cada vez que la Custodia toma las calles que son suyas, inevitablemente, nos lleva a recordar a Rafael Sáez, a la historia de aquella Córdoba que fue tomando el pulso de su tiempo, de los faeneros que nunca se guardaron nada debajo de un paso, de una deuda con el capataz que sigue pendiente, pero que jamás hubiera cobrado porque esta historia es una historia de amor, sin más.

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