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viernes, 17 de junio de 2016

Enfoque: Carlos Lara


Blas J. Muñoz. El de los capataces es un tema siempre abrupto, mal visto por quienes viven en la ostentación de un estatus, de un establishment cerrado como su coto, donde las cofradías se reducen a tres o cuatro temas abordables solo por la élite escogida, antes de nacer, para ello. Así que entiendan, antes de seguir leyendo, que de los amigos -si encima son capataces- es mucho más compleja la conversación.

Y la verdad es que tengo muy buenos amigos que desempeñan esa difícil misión de pasear a Dios o a su Bendita Madre. Del que cuyo nombre titula este enfoque he tenido la suerte de disfrutar viéndolo ejercer su oficio, el de capataz y el de costalero que es el mismo y diferente a la vez. Y, tal vez, en el momento más complejo no soy capaz de ofrecerle un titular como los muchos que me ha regalado él a mi durante estos dos años.

Pero el solo nombre del capataz ya nos lleva a espacios comunes de la mejor Semana Santa que ha conocido Córdoba en los últimos años, a través de una brillante generación de capataces que han llevado la bandera de su oficio al rincón de la retina de cada espectador, de cada devoró, de cada costalero que ha querido acompañar a Carlos en esta aventura y en las que aguardan.

Carlos nos regalaba las chicotás, que ya son parte de la historia, camino de la Catedral o Calle de la Feria arriba, el pasado Jueves Santo; nos daba un ejemplo de compromiso metiéndose debajo del paso de la Custodia de la Cena hace unos días, sin dolerle prendas renunciar a ser parte de lo que es, capataz; Carlos me regalaba a mi como a tantos una lección importante en aquella levantá por los niños autistas que sólo recordarla emociona; Carlos nos regaló años mágicos con la Trinidad y ahora toca comenzar una nueva etapa, siempre de frente.




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