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jueves, 14 de julio de 2016

El cáliz de Claudio: Los dos capataces que mandaron en Córdoba


En aquella época, aunque parezca inconcebible hace poco más de una sola década de los hechos y, para toda una generación, bien pudiera parecer el pasado más recalcitrante que se esconde en eso que llaman libros. Sin embargo, de las historias de capataces se ha escrito poco y con la mala costumbre generalizada de hacerlo a título póstumo.

En aquella época los ensayos, tal vez con una brizna menos de "público" que en la actualidad, se incardinaban en el hit parade de cada Cuaresma y acudir a ellos era peregrinar a universo donde había que estar muy despierto para retener detalles que, a la postre, podrían resultar cruciales, mientras aquellos teléfonos celulares, aun poco inteligentes, se medían por los píxeles del objetivo que buscaba más obtener un salvapantallas exclusivo que la difusión por aquellos carísimos mensajes multimedia sin megas ni gigas de datos.

En aquella época, como en las etapas doradas de cualquier disciplina, dos capataces "rivalizaban", a través de dos estilos bien diferenciados hasta el punto de que se era -o se salía- con uno o con otro. O eras de Berrocal o eras de Curro. No había más y ni había menos, pues aquel momento fue uno de los que permitió la evolucionó que, posteriormente se ha producido. De hecho, los que venían detrás marcaban una primera línea bien definida y capacitada que, en la actualidad, en algunos casos se echa en falta, mientras que en otros abunda, como una antítesis alegórica de la postglobalización que habitamos.

En aquella época dos capataces marcaban el caminar de sus cuadrillas. Y, tal vez, se echa en falta aquella ebullición porque, aunque podamos seguir disfrutando de ellos, en el devenir de los pasos que ya son parte del recuerdo de sus biografías se les echa de menos, por más que alguien tomara su lugar, ambos nos dejaron un trabajo irrepetible que tiene la peculiaridad de haber sobrevivido a su tiempo.

Blas J. Muñoz

Fotos Jesús Caparrós




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