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sábado, 30 de julio de 2016

Sin ánimo de ofender: No hay democracia sin libertad de expresión


No es ningún secreto que en muchos círculos hablar de las publicaciones de Gente de Paz sea casi como “mentar la bicha”. Supongo que muchas de las informaciones u opiniones emitidas generará en el corazón de ciertas hermandades un cierto malestar e incomodidad fruto del desconocimiento sobre cómo trascienden ciertos detalles o, simple y llanamente, porque las coloca en mal lugar y porque a fin de cuentas “los trapos sucios se lavan en casa”.

Lo peor no es solo la tensión creada entre los miembros de las distintas corporaciones en las que, posiblemente, se haya recelado de algún miembro en alguna que otra ocasión, sino la desunión que pienso, hace que en el panorama cofrade cada cual empiece a tirar de su extremo de la cuerda hasta el punto de que esta acabe por romperse. Y me da a mí que quizá este no sea el mejor momento para pensar en el ego, el protagonismo o el orgullo. Más bien convendría estar más unidos y tener una visión de conjunto y de futuro. A ser posible y si no es mucho pedir, más o menos la misma que surgió como resultado de la indignación por la famosa retirada del lienzo de nuestro querido custodio.

¿Realmente la buena relación entre hermandades y cofrades en general depende de verse frente a una amenaza? De ser así, qué lástima tan grande. Francamente, desconozco cómo se filtran las informaciones en cada uno de los casos, tampoco me importa lo más mínimo. Puede que, en ocasiones y por no descartar ninguna posibilidad para ser lo más justos posible, alguna publicación haya podido tener, depende de para quién, un tono crítico que rebase los límites establecidos por lo “políticamente correcto”. En cualquier caso, cuando dentro de esos grupos existe un temor a que algo llegue a ser de dominio público, quizá la reacción no debería ser tanto la de “buscar al culpable” como la de detenerse a pensar qué ha podido fallar o qué podría ser mejorable.

En cambio y tristemente, a menudo prevalecen esas reacciones traducidas en individualismos, nombres propios y orgullos heridos apoyados en que la opinión o el criterio de una persona no son válidos porque no son de su agrado o al menos no convienen a una determinada persona o conjunto. Y todo porque a pesar de vivir en una era en la que todo el mundo se enorgullece de llevar la libertad de expresión por bandera, ésta sigue estando muy mal vista si no es para aplaudir cualquier movimiento obviando por completo que, como en todo, existe y debe haber diversidad, incluso en las opiniones y, por difícil que sea de creer, no necesariamente se esconden tras ellas ese ánimo de hacer daño que muchos creen ver por todos lados. Y, aunque así fuera, una mala actuación de una de las partes – qué triste también hablar de partes –  no justificaría que la otra obrase igual de mal o tal vez peor, especialmente teniendo en cuenta los valores que guían o deberían guiar al colectivo cofrade, pues la crítica si es constructiva no está reñida con la moralidad.

En definitiva, solo queda esperar que llegue el momento en que las apariencias dejen de ser una de las principales preocupaciones, lo suficiente como para que esto deje a su vez de ser el escenario de división y enfrentamientos en el que jamás debió convertirse y en el que las personas deberían ser los instrumentos y nunca, nunca las protagonistas. 

Esther Mª Ojeda





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