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lunes, 8 de agosto de 2016

Candelabro de Cola: Dos Soledades (I). La estampa perdida


Quisiera hablarles hoy de uno de los recuerdos cofrades más hermosos que guardo en mi memoria. El marco, uno de los de mayor sabor popular y de mayor belleza de Córdoba: el barrio de Santa Marina. Me dice siempre mi amigo Rafael, que pasó su infancia y juventud en la calle Espejo, que las gentes de Santa Marina tienen algo diferente del resto. Y pienso que algo de razón debe tener.

No son pocas las Hermandades que tienen o han tenido relación con el barrio que preside el templo fernandino al que el maestro Manuel Rodríguez Sánchez, “Manolete”, dirige desde hace décadas su mirada (desde luego no tiene mala perspectiva la estatua que mantiene viva la memoria del diestro cordobés, al que muchos consideran el mayor genio del mundo del toreo). En Santa Marina se fundó la Hermandad de la Esperanza. En Santa Marina veo la espalda magullada de Jesús Coronado de Espinas encaminarse hacia el Convento del Colodro para adorar al Santísimo. Por Santa Marina, cada Jueves Santo, Jesús Caído pasea su pena buscando con su mirada a todo aquel que quiere abrirle su corazón cuando, agotado por el peso de la cruz, busca levantarse para alcanzar la Cuesta de San Cayetano. Incluso, no ha muchos años, pude ver a Ntra. Sra. de las Angustias Coronada encaminar sus pasos por la calle Moriscos portando el cuerpo inerte de su Hijo a San Agustín. Y, por supuesto, en Santa Marina la Semana Santa cordobesa tiene su siempre brillante final cuando Ntro. Señor Resucitado toma triunfal su templo. Son tan solo algunos ejemplos… No obstante, la Cofradía protagonista de mi recuerdo hace ya mucho que abandonó la feligresía de Santa Marina en su Estación de Penitencia. Exactamente 23 años. En 1990 la Franciscana Hermandad del Santísimo Sacramento y Cofradía de Nazarenos de la Santa Cruz en el Monte Calvario y María Santísima de la Soledad inició por última vez su salida procesional desde el Convento de Santa Isabel de los Ángeles (ese al que ustedes van o bien ven ir a rezar a San Pancracio cada miércoles del año a sus padres/abuelos/vecinos… ¡ese mismo! Pues no se llama San Pancracio, ya ven qué cosas).

¿Y qué hacía la Soledad de Santiago en Santa Isabel?, se preguntará usted si es muy joven. He aquí la explicación. La Hermandad de la Soledad se fundó en 1975 en la parroquia de San Miguel, pero pronto se trasladó a Santiago (entre las dimensiones de las puertas del céntrico templo y el desenfrenado “amor” de algunos de sus sacerdotes por las Hermandades allí no hay quién pare… si es cofrade, claro). Pero en 1979 la parroquia de Santiago sufre un incendio, lo que obliga a la Hermandad a trasladarse a San Pedro. Allí va a tener su sede y desde allí va a realizar su salida procesional entre 1980 y 1985, año en que también San Pedro se cierra al culto. Este hecho obliga a la Hermandad a buscar una nueva sede, el convento de Santa Cruz, y un nuevo lugar desde el que iniciar su Estación de Penitencia, el local anexo al Convento de Santa Isabel (cedido por la Hermandad de la Esperanza). Tal concatenación de acontecimientos provocó que Santa Marina tuviera de 1986 a 1990 su primera Hermandad “de negro” –aunque el hábito de sus nazarenos fuera y siga siendo franciscano-. Ver a la Soledad en su antiguo paso en caoba (el que utilizó posteriormente el Cristo de la Agonía), con sus cuatro característicos faroles, atravesar la Plaza Ruíz de Alda y recortarse en el Callejón del Conde de Priego era una auténtica delicia para los sentidos. Era allí donde mejor se podía escuchar el silencio: aquello que tan solo se escucha cuando no se oye nada… El cortejo de nazarenos enmarcados con sus cirios al cuadril en una calle estrecha, el humo del incienso, María ante la Cruz desnuda, el delicado andar del paso haciendo moverse sutilmente las sábanas prendidas del patibulum… ¡No cabía más belleza! Es esta una de las estampas de nuestra Semana Santa más impresionantes que he tenido la oportunidad de vivir… hoy tristemente perdida. No obstante, cada vez que tengo oportunidad, y paso por las inmediaciones de tu templo de Santiago, a donde volviste en 1991, paso a visitarte, Soledad, y vuelvo a recordar con inmenso cariño aquellos Viernes Santos de estancia en Santa Marina. Aún hoy, cuando vuelvo a presenciarte al pie de la Cruz, sola, mostrando entre tus manos la Corona de Espinas del Redentor siento que la Semana Santa me vuelve a gustar.

Esta es mi estampa perdida: la imagen de la Soledad franciscana en Santa Marina. Ahora, cuando hace casi un cuarto de siglo que partiste, cada Viernes Santo vuelvo a asomarme a Santa Isabel y veo con inmensa pena que no estás. Y cada Semana Santa que se cierra vuelvo a tener la impresión de no haberla vivido plenamente, sintiendo que he perdido una imagen tan preciosa como fundamental.

¡Te echo tanto en falta, Soledad!


Marcos Fernán Caballero







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