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lunes, 8 de agosto de 2016

Entre bambalinas: La Musa de mi inspiración


Regresan estas líneas para poblar el blanco fondo de la página, tras un extenso y merecido -permítanme que me tome esta licencia- descanso veraniego, y lo hacen con la incertidumbre de si vuelven para quedarse o para emigrar definitivamente al cajón del pensamiento. El tiempo será el que dicte la resolución... Un tiempo futuro que marca la antítesis con el tiempo pretérito al que me transportó la fresca brisa de las noches de la costa a la cual el Sol rotula. Si a ello, además, le acompaña una de esas piezas musicales que traspasan los sentidos hasta llegar a lo más profundo del alma, encontramos la combinación perfecta.

Reconozco que soy un tanto 'jartible' -como tanto gusta llamar-, pues las vacaciones estivales son un momento idílico para desconectar -lo más posible y lo mejor que se pueda- del mundo que rodea a las cofradías, las bandas, los martillos, etc. Sin embargo, el 'mono' de Semana Santa, sumado a la ingente divulgación de publicaciones de diversa índole sobre la que gira la orbe cofrade, hacen de esta situación una auténtica incitación. Y para rematar la faena, el mayúsculo amor que profeso a la buena música procesional, causa en mí la necesidad de deleitarme con sus notas a cada momento.

Así, y con todos los ingredientes puestos, se reconstruyó un grato y emocionante recuerdo que mi mente guarda del pasado Viernes Santo. Pasaban las nueve de la noche cuando me apresuraba, una vez visto entrar la hermandad del Sepulcro en la Catedral, para llegar a la plaza de la Agrupación de Cofradías a fin de contemplar el discurrir de las últimas dos cofradías de la jornada que aguardaba por ver. De tal modo, llegué justo a tiempo para distinguir unos pardos capirotes avanzando por el final de Blanco Belmonte, signo inequívoco de que la corporación de La Soledad ya llegaba al enclave en cuestión; corporación a la que seguiría La Expiración, precisamente con la que guardo dicha memoria.

Lo recuerdo como si hubiese sido ayer... El aura de la noche, ya caída, de primavera aportaba una mayor melancolía a la escena, el final de la Semana de Pasión ya estaba produciéndose y era una tesitura inexorable, no había vuelta atrás. Entre tanto, el tambor destemplado procedente de la banda de música anunciaba la pronta llegada de la Virgen del Rosario a la plazuela, no sin antes realizar un breve descanso por parte del cuerpo de costaleros. El paso se iza al cielo, el público guarda la compostura óptima ante la coyuntura -no aplaude-, los platillos anuncian la marcha, el palio retoma su andadura con destino a la Judería, suena 'Jesús de las Penas'... El andar delicioso a la par que elegante del paso, adornado con la exquisita melodía de las notas del maestro Pantión, y junto a la atmósfera de recogimiento que se podía sentir en tal zona, hicieron del transitar de la Dolorosa de San Pablo un momento único, imborrable, para este cofrade que les habla. 

Antonio Botella


Foto Javier Cantos Lozano







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