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domingo, 14 de agosto de 2016

El pasado y presente de los altares de cultos


Esther Mª Ojeda. Toda tradición que se precie está expuesta a vivir períodos de verdadero auge pero también de decadencia a lo largo de su historia, tal y como ocurriese con algunas hermandades cuyos altibajos las condujeron hasta su desaparición y posterior refundación o con la perdida costumbre que caracterizaba la Semana Santa del siglo XIX en la que la instalación de los altares domésticos que iluminaban las calles cordobesas, especialmente en las noches del Jueves y el Viernes Santo, era todo un clásico.

Ocurre lo mismo con los altares de culto que también han sufrido la ingratitud de los ciclos pero que, sin embargo, han podido recuperar su relevancia y con ella su esplendor en los días previos a la Semana Mayor. Y así, después de algunos años, hemos podido ser testigos del restablecimiento de una tradición tan antigua que aúna la devoción y la estética, a veces tan llamativa y sometida a modificaciones en los últimos tiempos.

Hace tan solo dos días, la siempre interesante cuenta Twitter “Archivo Cofrade” (@Archivo_Cofrade) volvía la mirada al pasado dando muestra tanto del imponente altar de cultos establecido para Nuestro Padre Jesús de Pasión de Sevilla y en el que también aparecía acompañado de la Virgen durante la década de 1930 como del altar de quinario del Señor de las Penas de San Vicente en 1934.

En los últimos tiempos, los medios se han ido haciendo eco en numerosas ocasiones de los espectaculares altares alzados por algunas de las cofradías de la capital hispalense nombrando los más reseñables y, a veces trayéndonos al presente imágenes más propias del pasado – en el que dada su gran trascendencia se destinaban importantes sumas de dinero – como en el caso del Cristo del Buen Fin, el Cristo de la Caridad de Santa Marta o Nuestra Señora del Valle.

También en Córdoba contamos con múltiples y, en algunos casos, famosas instantáneas que daban cuenta del pasado de las hermandades y más concretamente, de la majestuosa ornamentación – para lo cual solía ser necesario ocupar el altar mayor – que caracterizaba los altares de cultos con los que se pretendía homenajear a los titulares y que servían a su vez de preparación para la estación de penitencia.

Sin duda, las Hermandades de la Caridad y la Misericordia fueron claros ejemplos de esta tendencia llevada a su máxima expresión como demuestra el Álbum Gráfico 1937-1950 de la página oficial de esta última en el que podíamos ver al Cristo de la Misericordia en su altar de cultos en San Pablo en 1941, para el que se utilizó una gran cantidad de cirios y faroles y, dos años más tarde, ya en San Pedro presidiendo el altar en el que se había colocado un extensísimo velo sobre el que destacaba la imagen del Señor.


En los últimos años, la recuperación de esta tradición nos ha llevado a ver los espléndidos altares en forma piramidal levantados por la Hermandad del Sepulcro, en el que no faltan el luto y el característico color de sus cirios, fieles a su estilo al igual que la cofradía del Remedio de Ánimas, con sus típicas alegorías e inconfundible clasicismo que la distinguen del resto de corporaciones.


Igualmente, hemos podido presenciar los majestuosos altares de la Hermandad de las Angustias, también memorables cuando aún se erigían en la capilla que ocupaba en la Iglesia de San Pablo o el de la Hermandad de la Expiración en su quinario de 2014, año en que el Santísimo Cristo volvió a ocupar el altar mayor de su sede estrenando dosel y no solo con la habitual compañía de la Virgen del Silencio, sino también con la de la imagen de San Juan regalándonos con ese gesto una estampa del todo inusual.

En definitiva, toda un tradición que las nuevas generaciones han recuperado poco a poco hasta su total renacimiento, inspirándose en los fastuosos altares de mitades del siglo pasado aunque sujeto a las modificaciones lógicas del presente y en las con frecuencia solemos ver reflejada la influencia sevillana.

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