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sábado, 1 de octubre de 2016

Mi luz interior: Que la Paz sea capaz de Rescatarnos


Este no será un sábado cualquiera a orillas del Guadalquivir. La maravillosa coincidencia lo convertirá en un día excepcional en el que, en apenas 150 kilómetros de distancia, dos acontecimientos cofrades, del más alto nivel, convertirán en multitudes las calles de Córdoba y Sevilla en torno a las más profundas creencias de sus moradores, esas mismas que jamás comprenderán los que se afanan en aventar el odio contra todo lo que les huela aunque sea remotamente a iglesia católica y que sueñan con erradicar del espíritu de Andalucía la semilla que enraizó hace siglos. Y es que mientras Sevilla corone a quien trajo la Paz a una tierra herida de muerte por la sinrazón de una guerra fratricida que estalló mucho antes de lo que algunos llamaron alzamiento y otros golpe de estado, en Córdoba, el mismo Dios habitará los rincones de su idiosincrasia más eterna.

Porque más allá de itinerarios, bandas, capataces y el resto de accesorios, necesarios pero accesorios, de los cuáles han venido dando fe en este pequeño rincón de libertad llamado Gente de Paz, lo esencial de este sábado, se hallará en el encuentro sincero del pueblo con la mayor de sus devociones cristíferas. Una devoción incalculable que concita en su ribera a miles de devotos cada viernes del Señor y que se materializa en la infinita riada de fieles que sigue los pasos de Jesús Rescatado cada Domingo de Ramos. Por eso resultaría inconcebible que ese mismo caudal de fe no se reprodujese este sábado para dejar constancia de la autenticidad y profundidad de la entrega desinteresada de una ciudad que eligió al Cautivo del Alpargate como el paradigma esencial de sus más profundas devociones.


Este inesperado Domingo de Ramos, el Señor caminará acompañado de su Madre, la que calma la ingrata Amargura que asola a la humanidad, la que enseña el camino que conduce al paraíso, la que agarra con fuerza nuestra mano en la tempestad para llevarnos a buen puerto. Y vendrán a buscarnos, a todos y a cada uno de nosotros, para llamarnos por nuestro nombre, para mirarnos a los ojos, para agradecernos nuestros desvelos y para derramar en nuestras almas el maná imperecedero de su indiscutible verdad. Este sábado, una vez más, se volverá a evidenciar ese vínculo invisible que el Cielo quiso que existiera entre el pueblo, ese mismo cuya filiación hay quienes se atribuyen en exclusiva, y el mensaje de Dios, parametrizado y personificado en una imagen icónica que permanece desde hace siglos grabada a fuego en el imaginario colectivo de generaciones enteras.

Mientras, a poco más de una hora de distancia, Sevilla coronará a la Virgen de la Paz. Una coronación que encierra un significado mucho más profundo que una corona y una advocación concreta. Porque la coronación de la Paz, aun probablemente sin pretenderlo, trasciende de lo meramente religioso, incluso de la impresionante labor social desarrollada, orgullo de sus hermanos y de la que deberían tomar nota quienes ustedes están pensando. La coronación de la Paz es un alegato a una convivencia que se ha ido forjando en la sociedad en la que vivimos gracias al sudor y el impagable esfuerzo de varias generaciones de sevillanos, cordobeses, andaluces y españoles, a costa de la generosidad infinita de unos y otros, que fueron capaces de renunciar a su orgullo y en ocasiones a sus dolorosos recuerdos para poder construir una convivencia pacífica que derribase el peligroso muro que separa a las presuntas dos Españas, en momentos mucho más difíciles de los actuales por increíble que pueda parecerle a los más jóvenes, muchos de los cuáles jamás han estudiado su pasado inmediato en la escuela y cuyo conocimiento de la historia se encuentra lamentablemente mediatizado por la insoportable manipulación ejercida por quienes tienen la baraja. Un muro que una piara de impresentables se han encargado de volver a levantar en la última década, grito a grito y mentira a mentira, volviendo a partir el país que tanto costó reunir en dos mitades antagónicas. Una verdadera hazaña que nunca podremos agradecer suficientemente a sus responsables –o irresponsables- de consecuencias peligrosamente imprevisibles.


Por eso la coronación de la Paz encierra, insisto, seguramente sin pretenderlo, una simbología que adquiere una importancia capital en esta procelosa realidad en la que navega la barca de nuestra cotidianidad. Por eso este sábado, Sevilla no sólo corona a una Virgen sino que premia, aunque sea por derivación, una forma de vivir, una forma de pensar, una forma de sentir… la que aboga por la reconciliación y el entendimiento, la que propugna que juntos se debe y se puede construir el futuro, la que sueña con que la Paz reine de verdad en el espíritu del pueblo que tanto la necesita. Quiera Dios, el que inundará con su infinita grandiosidad las calles cordobesas este primer día de octubre, que la Paz que navegará por la ciudad vecina sobre el océano de la fe verdadera del pueblo, sea capaz de arrojar al abismo del olvido y la indiferencia a quienes desean destruirla. Y que la Paz sea capaz de Rescatarnos de la vorágine y calmar para siempre nuestra Amargura.

He dicho


Sonia Moreno


Foto Antonio Poyato
Foto Rafa Pérez
Foto Benito Álvarez



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