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lunes, 17 de octubre de 2016

Los misterios de la imaginería


Esther Mª Ojeda. Los titulares de nuestras hermandades son siempre y sin lugar a dudas el mayor tesoro de cuantos estas puedan custodiar. Los protagonistas indiscutibles sin los que nada tendría sentido y, por ende, el centro en torno al cual se configura todo lo demás. Por lo tanto, dada esa relevancia, tampoco es de extrañar que muchas de las grandes historias, anécdotas y misterios hayan oscilado alrededor de algunas de las imágenes más emblemáticas a través de los siglos para llegar a nuestros días convertidas en leyendas, desmentidos o enigmas definitivamente resueltos.

Una gran parte de esos misterios está constituida por el desconocimiento sobre la autoría de algunas de nuestras tallas más queridas. Un tema que aún a día de hoy sigue siendo objeto de estudio y de las curiosidades más insaciables y que en su día afectaba – tal y como se encargaba de recordar Archivo Cofrade (@Archivo_Cofrade) en su cuenta de Twitter – a dos obras tan relevantes para el universo cofrade como son el Gran Poder y el Cachorro de Sevilla.

La prueba de ello se hace manifiesta con una publicación de la revista Nuevo Mundo en el año 1907 en la que se afirmaba con rotundidad que ambos titulares eran fruto de la destreza y las gubias del ilustre imaginero Juan Martínez Montañés.

En el caso del Señor de Sevilla, no fue hasta el 6 de febrero de 1930 cuando un joven estudiante de la Facultad de Filosofía y Letras, Heliodoro Sancho Corbacho, sorprendía a la sociedad hispalense con el hallazgo definitivo que venía a corroborar la autoría de Jesús del Gran Poder: el contrato con el que se confirmaba al fin que la magnífica talla del Señor era obra del imaginero cordobés Juan de Mesa y no del que había sido su maestro.

El documento, encontrado en el Archivo de Protocolos Notariales de Sevilla, acababa con el misterio y el consiguiente debate aportando los detalles esenciales del encargo, entre los que se incluían la carta de pago y el finiquito con el testimonio del insigne escultor describiendo el encargo – que incluía a San Juan Evangelista, siendo ambas imágenes para la Hermandad de Nuestra Señora del Traspaso – en la fecha del 1 de octubre de 1620.

Con esta aportación al mundo cofrade, aquel joven estudiante sevillano cambiaba radicalmente una extensa tradición que, al fin, otorgaba al cordobés la fama que con su trabajo y talento se había ganado y que tanto tiempo había estado sepultada por la repercusión de Montañés, de quien se ha asegurado en numerosas ocasiones que fuese el primer interesado en silenciar el paso de Juan de Mesa por la historia de la imaginería, dejando caer el nombre de su alumno en el olvido en pro de su propia reputación. 

Por otra parte, también el Santísimo Cristo de la Expiración era atribuido al “dios de la madera” – como tantas veces se ha denominado a Montañés – que venía a sumarse a una larga lista de obras de notable valor artístico entre las que se encontraban, además del Gran Poder, a Nuestra Señora del Valle, Nuestro Padre Jesús de la Pasión y la Soledad de San Lorenzo amén de otras. Así lo afirmaba el álbum de litografías, titulado “Las cofradías de Sevilla” y publicado en 1886 por Luis Márquez y Echeandía.

A lo largo del tiempo el nombre de Montañés aparecía como respuesta automática ante cualquier incógnita que surgiera de la carencia de documentación necesaria para llevar a cabo las averiguaciones oportunas al respecto de las autorías relacionadas con imágenes como las mencionadas con anterioridad. Tanto es así que los progresivos descubrimientos que sacaban a la luz los nombres de los verdaderos artífices provocaban en el pueblo sentimientos más cercanos a la indignación que a la sorpresa.

De estos acontecimientos – que culminarían con la real autoría de Francisco Ruiz Gijón y la célebre leyenda en torno al nombre de “el Cachorro – se hacía eco el periodista sevillano José García Rufino, escribiendo un poema titulado: “Incertidumbre artística: ¿quién hizo al Cachorro?”. Esta publicación, firmada con el seudónimo de Don Cecilio de Triana, aparecía en el periódico El Noticiero Sevillano el 12 de diciembre de 1930 tras la confirmación de que Juan de Mesa había sido asimismo el creador del Amor:

Como ahora investigadores
nos han salido a granel
hay un señor que probando
su erudición y saber
y revolviendo papeles
viejos, averigua que
las más famosas imágenes
no han sido hechas por quien
se decía, sino por un
tio suyo o primo tal vez.
Primero le tocó el turno
Al Señor del Gran Poder
que se dijo no era obra
de Martínez Montañés;
luego, el Cristo del Amor
dicen no es suyo también,
y ahora salen con que el Cristo
que está en Santa Isabel,
tampoco lo hizo Martínez,
y a este paso saldrá que
el escultor que creíamos
de más fama y de más prez,
lo que hacía no eran imágenes
pues se ocupaba de hacer
en la Alcaicería muñecos
para el Portal de Belén.
Ahora es a Juan de Mesa
al que se le quiere hacer
autor de esas maravillas
¡Y al pobre Martínez, que
lo parta un rayo y no quede
nada de la fama de él.
Los cofrades, escamados
están, y de alguno sé
que a la imagen del Señor
dice: ¡Padre mío, a ver
si sabemos de quién eres!
Dínoslo, por un divé.
Y en el Salvador, en tanto
y más negro que la pez
en su pedestal subido
para el que quiera algo de él,
tienen ustedes con cara 
de vinagre a Montañés,
que ni el Cristo del Amor
hizo, ni al Gran Poder,
ni el de Pasión, ni el del
convento de Santa Isabel,
según los papeles viejos
se ha logrado, al fin, saber.



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