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viernes, 23 de diciembre de 2016

El Cristo de San Agustín, la herencia destruida por el odio irracional


Carlos Gómez. Cualquiera que comprenda el significado que encierran para muchos devotos El Cachorro, Gran Poder o La Esperanza Macarena, no tendrá dificultad en comprender, si conoce su historia, lo que el Cristo de San Agustín supuso durante siglos para Sevilla. Era un todo. Las gentes le profesaban una devoción muy viva y además mostraba una tipología de imagen que prolifera muy poco por estas latitudes, un Cristo gótico, con pelo natural y sudario a modo de faldón.

Los avatares históricos motivaron que esta devoción se fuese paulatinamente diluyendo y que ya en el siglo XX fuera recuperada aunque sin recuperar la fuerza de antaño. Atrás quedaron los tiempos en que hace más de seiscientos años, el Santo Crucifijo de San Agustín movía montañas de fe y a su alrededor se construían procesiones de rogativas para contrarrestar epidemias de peste, las riadas, sequías, guerras eran menos cruentas y catástrofes que al amparo de su divina providencia eran menos acusadas para Sevilla. Una devoción que en el XVI, con la fuerza del fervor que despertaba, alcanzó a presidir una hermandad de penitencia que salía cada Viernes Santo en una época de esplendor que fue apagándose hasta que en el XVIII desapareció la corporación.

Como es conocido por la historia, la imagen pasaría, a resultas de la Desamortización de Mendizábal de 1835 del convento de Los Agustinos a la vecina parroquia de San Roque, donde se reorganizaría la cofradía, volviendo a salir en procesión solo, con la Magdalena o con la Virgen y San Juan. Las calles sevillanas lo tuvieron por última vez en 1926. Precisamente de aquella última salida es la instantánea que ilustra este artículo tomada en la Plaza del Pan. Tan sólo una década después, el 18 de julio de 1936, fue salvajemente destruido por el odio irracional, junto al Señor de las Penas y la Virgen de Gracia y Esperanza, en el incendio provocado por republicanos incontrolados que hizo desaparecer la parroquia, mientras una orquesta tocaba desde una terraza cercana.

El actual Cristo de San Agustín que evoca a su predecesor es obra de Sánchez Cid de 1944, incorporado como titular de la Hermandad de San Roque en 1990 y a cuyo alrededor, la hermandad recuperó en 1991 una tradición interrumpida en 1957, en virtud de la cual cada 2 de julio, el Ayuntamiento renueva el voto de acción de gracias al Cristo por la extinción de una epidemia de peste que asoló Sevilla en 1649. Esta es la historia que volcó la devoción de Sevilla en el Santo Crucifijo de San Agustín:

"Año de 1649, padeciendo esta Ciudad una gravísima peste, de la que murió mucho número de sus moradores, los dos ilustrísimos Cabildos eclasiástico y secular, pidieron a este convento de San Agustín se llevase la imagen del Santo Cristo a la Santa Iglesia, y en 2 de julio del dicho año salió con solemne procesión, acompañado de la ciudad y de todas las religiones, y con grandes clamores de todo el pueblo le llevaron a la Santa Iglesia, y a la salida de la calle Placentines el ilustrísimo Cabildo eclasiástico salió a recibir la procesión, y habiendo estado aquella tarde y noche en la santa Iglesia la santísima Imagen, el día siguiente la volvieron a su capilla, y fue nuestro Señor servido que desde el día que salió comenzó a mejorarse la peste, y al cabo del octavario totalmente se quitó, como lo certificaron los médicos, por lo que la M.N. y M.L. ciudad de Sevilla dedicó el dicho día 2 de julio, para venir perpetuamente a darle gracias por el beneficio recibido".


Fuente J.M. Montero de Espinosa, Antigüedades del Convento Casa Grande de San Agustín de Sevilla y noticias del Santo Crucifixo que en él se venera, Imprenta de D. Antonio Carrera y compañía, Sevilla, 1817. Reproducción del texto que contenía un letrero colocado en el convento.
Fuente Fotográfica





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