Esther Mª Ojeda. La riqueza patrimonial de una hermandad es siempre un factor inmensamente preciado por sus miembros y, como tal, es tratado con el mayor de los mimos y atenciones ya sea por su antigüedad o por su valor artístico o sentimental, especialmente cuando la devoción se hace patente con las múltiples donaciones que van sucediéndose a lo largo del tiempo como una muestra más del fervor que los fieles profesan a los titulares de una corporación.
En el contexto de la cordobesa Hermandad de la Paz, esa puesta en valor de su patrimonio es del todo incuestionable. Un patrimonio que, en el caso de su dolorosa, va desde su inmaculado y nuevo palio hasta la corona de Lama con la solía procesionar años ha, la gran cantidad de joyas con las que la Santísima Virgen tendía a ir engalanada allá por la década de los 60 o, como detalle aún más curioso, las primitivas manos de Nuestra Señora de la Paz y Esperanza que la cofradía decidió conservar en su Casa de Hermandad junto a las gubias del propio Martínez Cerrillo y que su autor utilizase para darles forma.
Asimismo y como cabe recordar, el patrimonio de la corporación quedó expuesto bajo el título “La Paz, un legado de 75 Años” en una exhibición que una vez más tuvo como escenario el Oratorio de San Felipe Neri. En aquella muestra, la hermandad quiso dar a conocer la mayor cantidad posible de piezas que fueron o aún son parte de ese patrimonio y que sirvió para que el público pudiese reencontrarse con el antiguo palio de la Virgen que Fray Ricardo de Córdoba diseñase en la década de los 80 o el inolvidable y antiguo misterio realizado por Juan Martínez Cerrillo que más tarde adquiriese una hermandad de Posadas.
Sin embargo, esa misma exposición contó también con la presencia de una imagen muy presente en su pasado pero que, en cambio, había llegado hasta nuestros días prácticamente en el olvido: la de San Juan Evangelista.
Se trata en este caso de una obra anónima posiblemente realizada en el siglo XIX, procedente de Antequera, más concretamente del Convento de los Capuchinos desde donde el influyente Fray Juan Evangelista de Utrera se encargó de trasladarla para incorporarla a la hermandad tras un previo proceso de restauración acometido por Martínez Cerrillo.
Así las cosas, la imagen de San Juan comenzó a salir junto a la Virgen de la Paz desde su primera salida en 1941 conformando la típica y conmovedora escena entre el joven discípulo y María que daría lugar a una conversación que se prolongaría hasta el año 1959. Una vez superada esa fecha, la talla de San Juan hubo de aguardar hasta la década de los 70 en la que abandonó la Hermandad de la Paz para volver a acompañar a María, esta vez en el paso de misterio de la cofradía del Buen Suceso. Allí permaneció durante muchos años aun cuando el nuevo misterio de la hermandad del Martes Santo fue sustituido por el actual primorosamente ejecutado por el imaginero Miguel Ángel González Jurado. No obstante, con la anteriormente mencionada exposición llevada a cabo por la Paz en el pasado 2015, la imagen de San Juan fue finalmente recuperada para volver a formar parte de la cofradía de Capuchinos, que se proponía por aquel entonces acoger de nuevo algunas de sus antiguas piezas patrimoniales entre las que también se encontraban los antiguos respiraderos de la Santísima Virgen.
Esa recuperación patrimonial no se vio reducida a la llamativa exposición, sino que lejos de volver a dejar caer en el olvido la efigie de San Juan, la hermandad de la Paz quiso otorgarle nuevamente el debido protagonismo, lo que se materializó meses más tarde cuando la imagen pudo volver a ser contemplada esta vez con motivo del triduo extraordinario por la clausura del 75 aniversario de la corporación, en el que el apóstol fue ubicado en el altar de cultos junto a Nuestro Padre Jesús de la Humildad y Paciencia y la siempre querida Paloma de Capuchinos.