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martes, 27 de diciembre de 2016

La musa secreta de Cerrillo


Esther Mª Ojeda. “Yo he sido lo que Córdoba ha querido que sea”. En esa sencilla frase resumía el propio Juan Martínez Cerrillo la vida artística que había consagrado de un modo especial a la ciudad califal. Una ciudad en la que sus gubias marcaron una época y que dejó en los rostros de sus Vírgenes su sello personal e inconfundible. Gestos aniñados enmarcados en caras tan ovaladas como pequeñas; ojos grandes y oscuros, de mirada baja y extensas pestañas; nariz recta, boca entreabierta de acentuadas comisuras. Todos ellos rasgos comunes en sus distinguidas dolorosas, que parecían llevar su firma final en el peculiar hoyuelo de la barbilla y en sus delicadas manos de largos y finos dedos.

Con tal descripción no será difícil que vengan a la mente los admirados y enternecedores rostros de Nuestra Señora de la Paz y Esperanza, María Santísima de la Esperanza, María Santísima Reina de Nuestra Alegría y Nuestra Señora de la Piedad. Así como tampoco sería de extrañar que, queriendo o sin querer, se nos ocurriese pensar en María Santísima de la Amargura o María Santísima del Amor, pues el ilustre imaginero modificó sustancialmente la imagen de la titular del Rescatado en 1966 y había restaurado a la segunda 20 años antes, confiriéndoles a ambas en gran medida su propio estilo.

Sin embargo, al parecer el cordobés – a menudo descrito como alegre, comunicativo e incansable en su trabajo – al margen de tener claras sus preferencias, como cualquier otro artista y al igual que en el caso del sevillano Antonio Illanes – que había tomado a su esposa, Isabel Salcedo como la musa idónea para sus dolorosas – habría encontrado en una joven y hermosa Araceli Chacón, residente en el barrio de San Andrés, la inspiración necesaria para acometer el encargo que le había confiado la Hermandad del Calvario de realizar a la Virgen que pudiera sustituir a la itinerante Nazarena que, hasta entonces, había acompañado al emotivo nazareno de San Lorenzo en sus salidas procesionales.

Pocos eran los que conocían la labor que la muchacha desempañaba como modelo del célebre imaginero, lo cual permitió que el nombre de Araceli Chacón pasase totalmente desapercibido, no solo para el pueblo cordobés sino también para sus propios descendientes. Así, el secreto pudo mantenerse a salvo durante largo tiempo gracias a la confidencialidad entre artista, modelo y la hermana de esta, de modo que las sospechas del resto de personas quedaron reducidas a un mero rumor con apenas fundamento.


La proximidad existente entre la casa de Araceli, y el taller del insigne escultor en la Calle Santa María de Gracia, quedando este ubicado en la planta inferior del edificio, fomentó que la joven fuese reclamada por Cerrillo para plasmar su indudable atractivo en su obra. Un propósito para el que la chica se prestó previo permiso paterno aunque, en un principio, no fue del todo consciente de la relevancia que este simple gesto podría alcanzar. En efecto, la belleza de Araceli serviría para desencadenar una obra que comenzaba con la efigie de Virgen del Mayor Dolor y Esperanza, destinada a la cofradía del Calvario pero que, tras ser retirada del culto al no ser del agrado de la corporación, fue recuperada por el propio imaginero para posteriormente pasar a pertenecer a la Hermandad de los Estudiantes de Jaén, ya bajo la advocación de Nuestra Señora de las Lágrimas, habiendo sido conocida anteriormente como “la Virgen de los Clavitos”, por los clavos que esta solía portar en una de sus manos.

Fue esta misma imagen la que incentivó que la identidad de Araceli Chacón fuese finalmente desvelada para convertirse públicamente en la musa indiscutible de Martínez Cerrillo, que tanto marcó su producción al perpetuar sus rasgos en las posteriores dolorosas con las que Córdoba se ha deshecho en devoción y que encuentran su claro ejemplo en las anteriormente mencionadas Vírgenes de la Esperanza o de la Paz.

A pesar del distanciamiento que el cambio de residencia de la familia Chacón – que volvía a trasladarse a su antiguo domicilio en la Calle Beatas - supuso para la relación modelo-artista, Juan Martínez Cerrillo no encontró obstáculo alguno para seguir imprimiendo en sus Vírgenes las facciones que tanto le habían cautivado para ser inmortalizadas una y otra vez, hasta el punto de quedar grabados en su mente para tallar directamente una imagen sin necesidad de consulta alguna. 

Y así, gracias al silencio cómplice que Cerrillo rompía al fin en una entrevista concedida en 1985 y publicada 13 años después en la edición jienense correspondiente a ese año de la revista Alto Guadalquivir, Araceli Chacón sería recordada en lo sucesivo por ser la mujer que prestó sus rasgos a buena parte de las más de 60 dolorosas con las que el imaginero contribuyó al enriquecimiento de la imaginería, dejando una profunda huella en el pueblo que tanto se sigue enorgulleciendo de llamarlo su paisano.





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