James Baker. Imagino que sorprendería a propios y extraños si el reparto de incienso y el carbón no estuviese relacionado esta semana, con los últimos coletazos del acuerdo del Miércoles Santo que primero no era y luego fue. Así que, of course, no les voy a sorprender, ya tendremos tiempo de repartir ambos para otros protagonistas pero es que, in this particular case, algunos se lo han ganado a pulso, de modo que ahí van los merecedores de ambos dones:
Incienso: El incienso lo merece en primer lugar los negociadores que, a fuerza de perseverar, han logrado lo que sólo horas antes parecía una utopía. Algunos han insistido, insistido e insistido, utilizando todos los ases que escondían en las mangas, hasta lograr un acuerdo que, si bien no es óptimo, es mucho mejor que de la imposición de partida. Y sobre todo incienso perfumado y aromático para el Delegado de Hermandades, que de un sólo plumazo ha logrado convertir en una balsa de aceite, la cama de fakir en que algunos habían convertido la negociación. Quizá su mano debió dejarse notar antes y estar presente en más de una reunión. Tal vez así no se hubiese dilatado tanto el acuerdo
Carbón: A veces, a fuerza de mucho golpearse con un muro, se logra que alguno recapacite y entienda que negociar no es tirar de la cuerda hasta que se rompe, porque la actitud de algunos de los que han participado en las reuniones, sobre todo los que al final han sido amablemente excluidos de la definitiva, ha sido merecedora del carbón más negro de mi añorado Kellingley Colliery, que antepusieron la testosterona a mirar por su propia hermandad. Y también guardo unas libras del combustible fósil para el Señor Presidente. Si con su intervención otros lograron que se consumase un acuerdo, quizá faltó que alguien pusiese algo más de carne en el asador para que se alcanzara antes, ¿o no?.