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jueves, 8 de diciembre de 2016

La historia tras la primera estación de penitencia del Cristo de la Salud


Esther Mª Ojeda. Año 1973. La revista predecesora del recordado Alto Guadalquivir, Patio Cordobés, lanzaba su correspondiente edición haciéndose eco en una de sus páginas de una noticia que vendría a modificar nuevamente el panorama cofrade. “Una nueva cofradía. Hermandad de Penitencia del Santísimo Cristo del Vía Crucis”, con ese titular se presentaba la corporación que habría de engrosar la jornada del Lunes Santo acompañada de las palabras del entonces hermano mayor, Ángel Ramírez Cordero.

Llegaba, según las palabras de la propia revista, como una innovación. Y no era para menos, pues la hermandad de la Trinidad llegaba a la Semana Santa cordobesa para quedarse, con un estilo y sellos totalmente opuestos a los de las demás. Así lo anunciaba también Ramírez Cordero que afirmaba rotundamente que la recién nacida cofradía trataba de “aportar una nueva forma de hacer”.

Esta afirmación quedaba plenamente justificada al conocer que, a diferencia de otras corporaciones, la imagen titular del que aún era denominado el Cristo del Vía Crucis – pues no fue hasta 1976 cuando la hermandad cambiaría su título por la del Vía Crucis del Santo Cristo de la Salud, recuperando con ello la advocación por la que el crucificado era conocido en el siglo XIX – sería portada a hombros por tres hermanos de la cofradía, destinados a soportar los 90 kilos de peso del Santísimo Cristo.

Algunos de los elementos empleados por la cofradía durante su estación de penitencia se irían convirtiendo poco a poco en una parte indispensable de su guión procesional. Para aquella primera salida del Vía Crucis, su Hermano Mayor ya adelantaba que la imagen del Cristo iría escoltada por unos faroles llamados a alumbrar su camino en la noche cordobesa, un camino en el que habría de precederle un cortejo de 60 nazarenos, algunos de ellos también con faroles y otros portando cruces al hombro de aproximadamente 8 kilos de peso. Asimismo, caracterizaría la indumentaria de los hermanos nazarenos una túnica negra sujeta a la cintura por un rosario de madera y, completando el conjunto, guantes negros y zapatillas de esparto del mismo color. Como último detalle, Ramírez añadía que, como era de esperar por el título de la cofradía, los hermanos harían el recorrido en ejercicio del Vía Crucis y que los dos primeros nazarenos que encabezarían el desfile procesional lo harían con dos tambores roncos. Sonido este que se convertiría en sello inequívoco de la cofradía.


Aquel artículo al que la edición de 1973 de Patio Cordobés dedicaba toda una página, no dejaba pasar por alto ni el gran entusiasmo de su primer Hermano Mayor ni su juventud, aunque posiblemente este último detalle no fuese algo especialmente llamativo en ese momento, teniendo en cuenta que la edad media de los miembros que componían la hermandad era de 25 años.

Con todo, Ángel Ramírez Cordero no dejaba pasar la oportunidad de aclarar que la idea de la fundación de la cofradía había partido de una “idea seria y cristiana” y se había convertido en la iniciativa de un grupo de amigos que aspiraba a desarrollarse “totalmente como personas y como cristianos”. Bajo esa premisa, el máximo responsable de la corporación aclaraba que, más allá de la puesta en la calle – de la que decía que al final “era lo de menos” – lo realmente importante era el trabajo que se desempeñaba durante todo el año hasta el punto de ser este el eje de todo su planteamiento y sin el cual la constitución de esta nueva cofradía no tendría sentido alguno. Por ello, la dinámica de hermandad se articulaba así en torno a la convivencia, los retiros espirituales y otros eventos de semejantes características.

A todo lo anterior, Ramírez Cordero añadía con sobrada convicción que la Semana Santa de Córdoba se distinguía de la de otras ciudades andaluzas – sobre las que, decía, corrían el riesgo de convertirse en un mero espectáculo – por un recogimiento y autenticidad especiales, aun advirtiendo de la necesidad de desvincular el propósito de “llevar a la calle el mensaje de la Pasión de Cristo” de todo aquello que se pudiese desencadenar en torno a esto. 

Consciente de la renovación que la Semana Santa cordobesa estaba comenzando a experimentar y que se iría intensificando cada vez más, el joven Hermano Mayor, reconocía en ello la oportunidad perfecta para que el auténtico sentido de nuestra Semana Mayor, lejos de distorsionarse, saliese reforzado, declarando con rotundidad que dicha renovación debía empezar por las propias cofradías, puesto que estas no debían ser sino “verdaderas comunidades cristianas que ayuden a todos sus miembros a realizarse auténticamente”.

Fotografía Patio Cordobés



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