Esther Mª Ojeda. En condiciones normales, la sucesión inagotable de noticias que ocupa la actualidad cofrade me lleva a iniciar más de una conversación con un “¿sabías que…? Una expresión que a menudo suele ir seguida de un “…van a restaurar…” o “…la banda de…” entre otros habituales. Pero en esta ocasión, una de las personas con la que suelo compartir este tipo de informaciones ha profundizado en una idea que, a decir verdad, ya había expuesto con anterioridad.
Esta última vez la conversación se ha convertido en una argumentación que empezaba con una afirmación rotunda: “todo esto está perdiendo su sentido religioso”. Ante ello, me quedé expectante y, en lo sucesivo, prácticamente en silencio. “Quiero decir…” retomaba su explicación “que no se es más cofrade por llevar una imagen de tu titular guardada en la cartera o impresa en el costal. Y tampoco por ir vestido de chaqueta durante toda la Semana Santa o por salir sudando desde debajo de un paso a posar para la foto ‘pertinente’. Delante de su titular, por supuesto, porque esa es otra. La gente ‘saca’ o acompaña a sus titulares como si por tener advocaciones diferentes representasen a personas o valores distintos, y con ello pasan a utilizar los típicos ‘mi Cristo’ o ‘mi Virgen’ como si Soledad o Concepción no fuesen en definitiva María”.
Con esto apenas había empezado a raspar la superficie, de modo que no desistió de seguir reflexionando. Muchas veces le había comentado cuantísimo me alegraba que ocupasen titulares las obras de caridad de las hermandades porque, a pesar de que, como ya se han encargado de recordarme más de dos personas, lo que finalmente termine vendiendo sean las noticias que versan sobre bandas, costaleros y capataces, queda el triste “consuelo” de saber y hacer constar que las hermandades no dejan de lado el aspecto social para atender exclusivamente aquello que afecte a la puesta en la calle.
Pero él, que es de la filosofía que aúna el “todo es poco” y el “siempre se puede más” y aunque teniendo presente conversaciones anteriores, reanudó su discurso: “ya sé que no tiene por qué ser incompatible una restauración, por decir algo, con la obra social. El problema es que, si hay que elegir, la atención social para una feligresía necesitada debería estar por encima de la restauración de un palio – porque no creo que el deterioro del terciopelo impida la procesión de la Virgen – o de la instalación de una buena televisión en la casa de hermandad. Y aun así, según las enseñanzas y por ende nuestros principios, seguiría siendo prioritario asegurarse de que el máximo número posible de personas coma tres veces al día y que esa cantidad no se viera reducida por comprar nuevos enseres que se sumen al patrimonio. No creo que sea ofensivo no invertir dinero en mejorar las piezas o en adquirir unas nuevas si en su lugar se utiliza para ayudar a las personas, es lo que Ellos querrían. Por poner un ejemplo más cercano, más aún con los tiempos que siguen corriendo: ¿crees que una madre de familia antepondría comprarse un vestido de fiesta a poner un plato en la mesa para sus hijos? No, ¿verdad? Porque es una buena madre”.
Y con todo, añadió más: “hay muchas cofradías de cuya obra social se sabe relativamente poco o nada y eso, a su vez, me lleva a pensar que desde luego se puede hacer muchísimo más de lo que se está haciendo. Llevo bastante tiempo metido en el mundo cofrade, intentando colaborar lo máximo posible desde el principio…al igual que también he pasado largas horas trabajando en voluntariados de diversa índole y viendo miseria muy de cerca día tras día. Y la conclusión a la que yo llego es que o bien no se es consciente de los problemas reales que existen a este respecto o que incluso cuando se es consciente es más fácil involucrarse un poquito y luego seguir mirando hacia otro lado, porque no es ni agradable ni cómodo”.
A pesar de mi intento de recordar sus palabras al pie de la letra y plasmarlas con la máxima exactitud que la memoria me permite, estoy convencida de que él diría que esta reproducción sigue siendo una versión descafeinada de aquello que ha presenciado – o mejor dicho, de lo que no ha presenciado – que no es lo suficientemente crudo como para ser un espejo de la realidad y de todo lo que está en nuestra mano hacer y sin embargo no hacemos. Así como también sé que después de toda esa crítica a la conducta y, en particular al egoísmo del ser humano que tantas veces se va a la cama con la conciencia más silenciada que tranquila y el pensamiento de “haber hecho la buena acción del día”, concluiría diciendo que después de todo es esa misma humanidad la que nos lleva a estar equivocados muchas más veces de las que estaríamos dispuestos a reconocer. Errores que, según cierta famosa parábola acerca de un padre y un hijo, Ellos siempre estarían dispuestos a perdonar, aunque ese error se traduzca en sacar a la calle a la Virgen entre unos varales no tan relucientes como cabría esperar.
Foto Antonio Poyato
Esta última vez la conversación se ha convertido en una argumentación que empezaba con una afirmación rotunda: “todo esto está perdiendo su sentido religioso”. Ante ello, me quedé expectante y, en lo sucesivo, prácticamente en silencio. “Quiero decir…” retomaba su explicación “que no se es más cofrade por llevar una imagen de tu titular guardada en la cartera o impresa en el costal. Y tampoco por ir vestido de chaqueta durante toda la Semana Santa o por salir sudando desde debajo de un paso a posar para la foto ‘pertinente’. Delante de su titular, por supuesto, porque esa es otra. La gente ‘saca’ o acompaña a sus titulares como si por tener advocaciones diferentes representasen a personas o valores distintos, y con ello pasan a utilizar los típicos ‘mi Cristo’ o ‘mi Virgen’ como si Soledad o Concepción no fuesen en definitiva María”.
Con esto apenas había empezado a raspar la superficie, de modo que no desistió de seguir reflexionando. Muchas veces le había comentado cuantísimo me alegraba que ocupasen titulares las obras de caridad de las hermandades porque, a pesar de que, como ya se han encargado de recordarme más de dos personas, lo que finalmente termine vendiendo sean las noticias que versan sobre bandas, costaleros y capataces, queda el triste “consuelo” de saber y hacer constar que las hermandades no dejan de lado el aspecto social para atender exclusivamente aquello que afecte a la puesta en la calle.
Pero él, que es de la filosofía que aúna el “todo es poco” y el “siempre se puede más” y aunque teniendo presente conversaciones anteriores, reanudó su discurso: “ya sé que no tiene por qué ser incompatible una restauración, por decir algo, con la obra social. El problema es que, si hay que elegir, la atención social para una feligresía necesitada debería estar por encima de la restauración de un palio – porque no creo que el deterioro del terciopelo impida la procesión de la Virgen – o de la instalación de una buena televisión en la casa de hermandad. Y aun así, según las enseñanzas y por ende nuestros principios, seguiría siendo prioritario asegurarse de que el máximo número posible de personas coma tres veces al día y que esa cantidad no se viera reducida por comprar nuevos enseres que se sumen al patrimonio. No creo que sea ofensivo no invertir dinero en mejorar las piezas o en adquirir unas nuevas si en su lugar se utiliza para ayudar a las personas, es lo que Ellos querrían. Por poner un ejemplo más cercano, más aún con los tiempos que siguen corriendo: ¿crees que una madre de familia antepondría comprarse un vestido de fiesta a poner un plato en la mesa para sus hijos? No, ¿verdad? Porque es una buena madre”.
Y con todo, añadió más: “hay muchas cofradías de cuya obra social se sabe relativamente poco o nada y eso, a su vez, me lleva a pensar que desde luego se puede hacer muchísimo más de lo que se está haciendo. Llevo bastante tiempo metido en el mundo cofrade, intentando colaborar lo máximo posible desde el principio…al igual que también he pasado largas horas trabajando en voluntariados de diversa índole y viendo miseria muy de cerca día tras día. Y la conclusión a la que yo llego es que o bien no se es consciente de los problemas reales que existen a este respecto o que incluso cuando se es consciente es más fácil involucrarse un poquito y luego seguir mirando hacia otro lado, porque no es ni agradable ni cómodo”.
A pesar de mi intento de recordar sus palabras al pie de la letra y plasmarlas con la máxima exactitud que la memoria me permite, estoy convencida de que él diría que esta reproducción sigue siendo una versión descafeinada de aquello que ha presenciado – o mejor dicho, de lo que no ha presenciado – que no es lo suficientemente crudo como para ser un espejo de la realidad y de todo lo que está en nuestra mano hacer y sin embargo no hacemos. Así como también sé que después de toda esa crítica a la conducta y, en particular al egoísmo del ser humano que tantas veces se va a la cama con la conciencia más silenciada que tranquila y el pensamiento de “haber hecho la buena acción del día”, concluiría diciendo que después de todo es esa misma humanidad la que nos lleva a estar equivocados muchas más veces de las que estaríamos dispuestos a reconocer. Errores que, según cierta famosa parábola acerca de un padre y un hijo, Ellos siempre estarían dispuestos a perdonar, aunque ese error se traduzca en sacar a la calle a la Virgen entre unos varales no tan relucientes como cabría esperar.