El curso que concluimos no ha venido sino a refrendar el enamoramiento entre el mundo del costal y el nivel cuantitativo de voluntarios a meterse bajo una trabajadera. No se asusten que hoy no hay ranking que valga, pues luego las redes arden cuando no incluyes a alguno y acabas preguntándote que si hay tantos y tan buenos por qué el personal se va a Sevilla a ver cofradías y no se queda o viene aquí.
Lo que resulta evidente, para aquellos que nos fajábamos en los terribles ´90 por ejemplo, es que la cosa ha cambiado ostensiblemente. Al menos, en cantidad. Ya no te preguntas qué sucederá a la vuelta de un relevo, si estaréis 5, 4 o tú solo en el paso. O si, por capricho del destino, por relevo tienes todo el recorrido por delante para comértelo como un campeón.
Eso pasaba no hace tanto y no era singularidad de una sola cofradía. Por aquel entonces, cierto capataz doblaba sus cuadrillas, mientras otros lo envidiaban y, acerca de él, se escuchaban más leyendas urbanas que la de la chica de la curva en una noche de acampada. Celos y mitos se acrecentaban en aquellas Cuaresmas, mientras más de dos capataces (y de tres y de cuatro) tenían que hacer obras de ingeniería propias de la NASA para rellenar cuadrantes. A ello había que sumarle la escasa formalidad existente a la hora de acudir a los ensayos, así como las formas variopintas de hacerse un costal. YouTube no estaba por allí con tutoriales para enseñar a hacerse un costal o el nudo windsor de la corbata.
Por suerte, aquella inercia viró y ser costalero fue ganando en fama y prestigio hasta llegar hasta hoy, donde ya hay pasos en los que entrar es casi como jugar a la lotería. Y eso no es necesariamente malo. Debe ser una alegría y un acicate para seguir atrayendo hermanos. Que haya cuadrillas completas es positivo para cualquier hermandad y no va en detrimento de los nazarenos. Habría que pensar más bien que si ese boom se ha producido, en parte, ha sido por los modelos existentes. Iconos que han atraído a la gente a fijarse y querer participar de ello. Contra los tabúes establecidos, el costalero no es más que un privilegiado por llevar al Hijo de Dios o a su bendita Madre. Y, el que lo sabe, ha dado el primer paso para hacer bien su oficio.
Si habláramos de fe, devoción o compromiso, deberíamos ser honestos y buscarlo y compararlo con el resto de integrantes del cortejo y con quienes ni siquiera se dignan a formar parte del mismo siendo hermanos. No pasaría la prueba del algodón, eso es seguro.
Pertenecer a una determinada cuadrilla o a una banda, a las pruebas me remito, está más de moda que nunca. Y repito, no es negativo. No es menos cierto que el nazareno es una figura en declive, pero no busquemos las culpas en quienes cargan o quienes tocan. Busquemos mejor el origen del problema y habremos dado el primer paso en la solución del problema.
Blas Jesús Muñoz