Me senté frente al teclado con la pantalla
en blanco y el corazón abierto, con el firme propósito de transmitir lo vivido
de la manera más aséptica y objetiva posible dentro del océano de subjetividad
en que navegamos todos los cuentacuentos, pero me fue del todo imposible.
Porque los vellos de punta permanecían erizando mi espíritu. Porque la esencia
de mis sensaciones continuaban deambulando por las esquinas precipitándose
entre las gotas de cera derramada que aún manchaban de gloria infinita los
adoquines de nuestros sueños.
Y caí en la cuenta de que todos mis
sentimientos se arrinconaban sometidos al que presidía mis pensamientos desde
que al amanecer del Domingo constaté observando cómo lloraba la primavera que
todo había terminado antes de lo debido. Que el círculo se había cerrado de
manera imperfecta por obra y gracia del capricho de los cielos. Y que de
repente mis sueños habían comenzado una vez más ese peregrinar cotidiano
buscando una nueva mañana de palmas. Y mi corazón se rindió a la nostalgia.