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miércoles, 25 de febrero de 2015

Entre la Ciudad y el Incienso: Himno de su barrio


Blas Jesús Muñoz. Por aquel entonces regía la tarde su ciudad, su incienso y sus costumbres.  Eran los días de luz y de sal en el lagrimal que se aventuraba dentro de las aristas, invisibles al profano, que dilucidaba su palio. Los acordes, el gentío, el calor y los aplausos conformaban, más allá del rumor venido del tumulto, una sinfonía de calles y aceras, de cielo y tierra, humanos y divinos, que parecían elevar el clamor del pueblo; primero en rito, poco más tarde en plegaria.

La Coronación de la sangre derramada, el Arca inminente la Madre dilucidaban un camino extenso, profundo en su ser. Desde la esclavina a la faja, desde la túnica mercedaria al cirio, los caminos encontraban el único sendero apreciable que empujaba hacia adelante con la fuerza estoica y altiva que no permite desfallecer cuando el momento ha llegado y te enfrentas a él sin remisión.

Miles de ínfimas historias se aglutinaban sobre el pincel de la estampa para trazar el óleo de un lienzo acrílico, donde cada pequeña vivencia se sumaba al cuadro de su cortejo para ir conformando la imagen definitiva. La misma que se descubría en el cuerpo macerado que Buiza arrebató a la madera porque ella lo guardaba en su forma misma. La misma, que en el rostro de la Merced parece alcanzar la dimensión más eterna y consoladora que acaricia como la brisa hecha canción, a la voz de su capataz. El himno que entona su barrio, que canta su pueblo al verla pasar.











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