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lunes, 9 de marzo de 2015

El cáliz de Claudio: Israel y el Cristo de la Confianza


Uno toma las ideas prestadas, las cuenta a su manera y da las gracias por haber sido parte, al menos narrativa, de las mismas. La historia que les cuento hoy es así, prestada en una noche de Cuaresma para recordar a uno de dónde vino y a dónde quiso ir. La historia de Israel, probablemente, a estas horas ni el mismo la sepa, pero en su mirada está depositada la de alguien que es Radicalmente Otro, Áquel que nunca nos abandona, aunque demasiadas veces nos sintamos solos y el miedo nos agarrote los sentidos.

En algún momento nos hemos encomendado a su voluntad, vencidos, para no dar cuenta de la nuestra. Es humano desfallecer. En otros momentos, alguien pide algo y se aferra a su fe y a su esperanza sin remisión. Mi abuela, por ejemplo, se aferraba a su Nazareno. Para ella solo existía Él y ni un millar de manuales de teología dogmática la hubieran hecho cambiar de opinión. Cada viernes iba a verlo con el hábito, diario y morado, de su promesa. Evidementemente, su religiosidad sencilla no basta por sí misma para la Salvación, pero no es menos cierto que su promesa fue atendida. Cualquiera dirá que es casualidad, pero para ella era el fruto de su Fe.

A veces, solo es cuestión de autenticidad y, como esa frase que tanto he oído de Blaise Pascal, el corazón tiene razones que la razón no entiende. Por eso rezamos y pedimos, en algún momento, sin mayor razón que la fe que nos brota del alma. Sin pensar en nada más, solamente mirando a una imagen que despierta en nosotros lo que la vida nos arrebata.

Así (llamémosla, por ejemplo, Inma) rezó ella al Cristo de la Confianza, cuando se enteró de que Israel estaba ingresado. Intubado, las expectativas de los médicos eran nulas. Y ella sacó de su cajón una fotografía del Cristo de la Confianza para pedirle, rogarle o implorarle que ayudara a vivir a ese niño. Poco después, Israel mejoraba y los tubos (los mismo que causan un impacto visual y atroz) le fueron retirados.

Dirán que fue casualidad, que no tiene nada que ver. Para quien pidió sí, igual que para quien les cuenta esta historia. Una historia que no es pequeña porque la vida es todo lo que tenemos. Una historia que habla de cosas tan simples y complejas como la propia fe personal. Una historia que tenía que pasar en Cuaresma para regocijarnos con Él, antes de que llegue el momento esperado.



Blas Jesús Muñoz













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