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miércoles, 4 de marzo de 2015

El Cirineo: Desde el Anonimato


La noticia saltó a la opinión pública este lunes. La Hermandad del Silencio, la “Madre y Maestra”, censura a sus nazarenos que suban fotos a las redes sociales alegando que el anonimato es consustancial a vestir la túnica, de tal modo que instan a los hermanos a no publicar fotografías en las redes sociales vistiendo la túnica y a cara descubierta para salvaguardar el anonimato… ahí queda eso.

En ciertos sectores se ha armado la marimorena, que si la libertad individual, que si actitudes inquisitoriales… en fin, qué quieren que les diga, yo estoy absolutamente de acuerdo.

Vivimos en un mundo en el que el afán de protagonismo se sitúa en la zona más elevada de la pirámide de necesidades de Maslow que algunos estudiamos en la facultad. Para quien no lo sepa, la pirámide de Maslow, o jerarquía de las necesidades humanas, es una teoría psicológica propuesta por Abraham Maslow en su obra Una teoría sobre la motivación humana de 1943. Maslow formula en su teoría una jerarquía de necesidades humanas y defiende que conforme se satisfacen las necesidades más básicas (parte inferior de la pirámide), los seres humanos desarrollan necesidades y deseos más elevados (parte superior de la pirámide). En una sociedad en la que los niños no quieren ser médicos ni científicos sino futbolistas famosos, en la que la bazofia de Gran Hermano cumple la edición número tropecientas (no tengo ni idea de cuál, me quedé en la primera), en la que personajillos como Belén Esteban, Jorge Javier Vázquez y engendros por el estilo se han convertido en referentes de opinión y en la que el telepredicador vendeburras de Pablo Iglesias tiene posibilidades reales de convertirse en Presidente del Gobierno, a nadie debería extrañarle que el afán de notoriedad esté en la cúspide de las necesidades que todo individuo desea satisfacer a toda costa.

Y esta necesidad psicológica se alimenta sin lugar a dudas por la existencia de las redes sociales que permiten que la voz de cualquiera, si se dice en el momento adecuado y mencionando a las personas oportunas, pueda ser leída o escuchada por miles de personas, lo que representa un fenómeno impensable hace tan sólo unos años. La prueba está en lo ocurrido con GdP el pasado sábado. La caída de nuestra página provocó un aluvión de reacciones de apoyo y satisfacción, no a partes iguales desde luego, en esto ganaron por goleada nuestros amigos y seguidores a nuestros detractores, que podría antojarse desmesurado para una humilde página que más allá de la información que ofrece cada día, se limita a aportar una visión alternativa a la voz oficial de los poderes fácticos, una opinión políticamente incorrecta si se quiere, lejos del tradicional apoyo al poderoso por parte de los medios del Régimen. Sin embargo, unos sencillos opinadores parecemos gozar de una relevancia que sin el uso de las mencionadas redes sociales sería imposible e impensable.

Hoy, el cofrade de a pié dispone de una cuenta de Twitter o Facebook con cientos de seguidores o amigos que son potenciales lectores de lo que twitean o cuelgan en su muro y eso, para el común de los mortales es una tentación demasiado poderosa. Como bien indica el boletín de la Hermandad del Silencio, la clave está en que la propia esencia de ser nazareno implica anonimato, ausencia de notoriedad. En la hilera de cirios, el nazareno se convierte en un grano más de una playa de devociones y promesas, en una gota más de un caudal de emoción y sentimientos compuesta por cientos o miles de gotas idénticas entre si. En la medida en que alguna de estas gotas se ponga un lazo rojo en el capirote como en el famoso chiste, para dejar de ser un igual entre sus hermanos, para convertirse en diferente y especial y adquirir una relevancia que en el desempeño de esta función concreta no le corresponde, no está de más que la hermandad llame la atención poniendo el énfasis en lo que se debe o no hacer como hermano de la corporación.

Habrá quien diga que es fácil exigir a los miembros de un cortejo cuando se es una cofradía de la Madrugá sevillana, con un cuerpo de nazarenos que ha aumentado un 30% en los últimos 20 años, de los 783 que realizaron la estación de penitencia en 1994 a los más de mil de la actualidad y que otro gallo cantaría si el cortejo apenas superase los doscientos cirios, como sucede en buena parte de las cofradías de otras latitudes. Puede que no les falte razón a los que lo dicen pero no es menos cierto, que una organización debe necesariamente establecer sus normas de funcionamiento y los compromisos que han de observar sus miembros de manera necesaria, con independencia de que ello pueda tener consecuencias negativas en número.

Como tampoco lo es que tal vez sea esa precisamente, la propia idiosincrasia de ser nazareno, que obliga al anonimato, lo que motiva precisamente que no se aprecien incrementos significativos en el número de integrantes de los cortejos, más allá del caso sevillano que goza de una innegable y centenaria tradición de vestir la túnica, que se transmite de generación en generación y de la que adolecen otras “semanas santas”. Es indiscutible que no está de moda ser nazareno. Lo que está de moda es ser costalero, capataz, contraguía, servidor, músico, acólito, fotógrafo o un integrante más de la infinidad de personajes que pululan alrededor de los pasos, con un traje de chaqueta, y en muchos casos, sin que nadie sepa exactamente la labor que desempeñan. En esto no hay crisis que valga. Todo lo que suponga ir a cara descubierta, saludando a diestra y siniestra, abrazándose con todo aquél que creemos conocer, aunque sólo sea de vista, recibiendo palmaditas a lo largo de todo el itinerario y siendo potencial objeto de fotografías o vídeos, implica notoriedad y por tanto, gusta y está de moda.

Llegará un momento en que este tipo de personajes superen en número a los cortejos. Ya sucede prácticamente con algunas cuadrillas cuyos componentes son casi tan numerosos como los que portan cirio, pavoneándose de manera vergonzante delante de la presidencia o entre los ciriales, cuando no les toca trabajar, en lugar de salir discretamente hasta situarse detrás del público sin acaparar miradas y focos y sin molestar al normal funcionamiento de la cofradía, que muchas veces tiene más problemas para andar por su culpa que por los denostados cangrejeros. Urge una labor educacional por parte de las hermandades para que el cofrade de a pié entienda cuál debe ser la esencia de acompañar a nuestros titulares, de manera callada, silenciosa y anónima. En caso contrario perpetuaremos esta absurda situación que amenaza con terminar con nuestras cofradías tal y como las conocemos, puede que no en Sevilla, donde está arraigada esta tradición que les mencionaba, pero si en muchos otros lugares. El costalero, el músico o el capataz son muy importantes para la Semana Santa, pero sin nazarenos, no existirían las cofradías, ya lo dijo hace nada Antonio Varo en GdP.

La Hermandad del Silencio ha dado un primer paso llamando la atención a la parte más débil, a la que generalmente no está organizada y que por tanto es más fácil que atienda a los requerimientos sin rechistar. Pero ¿quién le pone el cascabel al gato a las bandas o las cuadrillas?, ¿quién se atreverá a decirle a un capataz o a un director que forma parte de su obligación lograr que sus costaleros o sus músicos no se hagan selfies delante del paso y que ocupen el lugar que les corresponde cuando no están en la trabajadera o tocando?. Alguien ha iniciado lo que puede ser un proceso interesante, el tiempo dirá si tiene un desarrollo adecuado… si ha servido para algo.



Guillermo Rodríguez













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