La memoria del ser humano tiene una fragilidad asombrosa. Generalmente se difumina en unas pocas semanas, meses si la relevancia del hecho alcanzó niveles elevados y poco más. Y normalmente el recuerdo se evapora en una relación directamente proporcional al tiempo de permanencia en los medios o los intereses derivados de olvidar lo inconveniente para poder arrimar la sardina al ascua adecuada. Que se lo pregunten a Rafael Zafra, que hace un año se indignaba a cuento de las vallas que la Agrupación de Cofradías situaba frente a su local y que impedían la vista de las cofradías pasando por carrera oficial desde el establecimiento, consumiendo claro, y que este fin de semana era coprotagonista de un sonriente selfie realizado en el mencionado local junto al Presidente de la Agrupación y los pregoneros de la Semana Santa pasada y futura. Y es que como les digo, la memoria es muy pero que muy volátil.
Hoy, por ejemplo, casi nadie se acuerda del pequeño Nicolás, ese individuo que ocupó horas y horas de programas televisivos derrochando una mezcla de sirvergonzonería e ingenio al más puro estilo de "Los Tramposos", aquella película de los años cincuenta sobre unos timadores protagonizada por el mítico Tony Leblanc. Sí, el pequeño Nicolás, ese personaje que hacía las delicias e indignaba por igual al gran público, que devoró sus hazañas con fruición semana a semana hasta que las cadenas de televisión decidieron que había que hablar de otros asuntos. Porque no nos engañemos, en el fondo y bajo la fachada de fiscales frente a este tipo de comportamientos, los españoles sentimos una insana e indisimulada fascinación por esta clase de truhanes y sobre todo por su capacidad innata para vivir toda su vida del cuento. Sólo hay que echar un vistazo al Congreso de los Diputados, a la Junta de Andalucía o al rebaño que se esconde tras el círculo morado de los nuevos salvapatrias para darse cuenta de que estamos condenados a dejarnos embaucar por vendeburras de diverso signo pero de idéntica condición.
Habrá quien piense que se trata de un fenómeno de reciente creación. Nada más lejos de la realidad. El mundo, nuestro mundo, ha estado plagado de estos personajillos desde que el ser humano abandonó la rama del árbol. No hablemos ya de sociedades en las que la pillería, lejos de ser una mácula en el expediente, es considerada un valor añadido, como la nuestra. Eso de vivir del cuento no sólo no ha sido tradicionalmente rechazado por los ciudadanos de este país sino, más bien al contrario, muchos hemos admirado a algunos de estos expertos buscavidas con menos talento que una tortuga, salvo precisamente en el arte de construir castillos de la nada, aunque sean de naipes. No les hablo de corruptos, ojo, sino de personajes que no tienen voz y llevan toda su vida ganando dinero de la música, individuos sin oficio ni beneficio con décadas a sus espaldas como fijos en determinados programas de televisión o actores que son incapaces de cambiar de registro y desarrollan el mismo personaje una y otra vez, hagan de asesino, de político o de policía, tienen un curriculum extensísimo y se han forrado haciendo películas. Y si no admiramos a los personajes propiamente dichos, al menos si a su capacidad innata de supervivencia sin dar un palo al agua.
Por supuesto, el mundo de las cofradías no es ajeno a la existencia de estos especímenes. Todos hemos conocido a algunos que abren la boca y sientan cátedra en absolutamente todos los asuntos que pueden ser abordados en temática cofrade, pero que cuando se les rasca un poquito, se descubren las verdades del barquero, que no todo lo que reluce es oro y son realmente sabios en bastante poco… o en nada.
La existencia de estos personajes que llevan viviendo del cuento desde siempre, obedece normalmente a una concurrencia de factores que parten indiscutiblemente de un componente psicológico y de personalidad. Suelen ser individuos que están encantados de conocerse y para los que la palabra humildad no va más allá de un término que aparece en el diccionario de la Real Academia de la Lengua.
Sin embargo, la forma de ser no es el único factor que permite la conversión de una persona normal en un presunto ser superior. Adicionalmente está la habilidad de rodearse de mediocres, cuanto menos brillantes mejor, aplicando la máxima de que en el país de los ciegos el tuerto es el rey. Esto lo han llevado a la práctica decenas de hermanos mayores, expertos en configurar juntas de gobierno a base de señores con conocimiento cero en cofradías (y porque el concepto de personas con conocimiento negativo es metafísicamente imposible, aunque me consta que alguno las ha buscado). No se trata de profesionalizar las hermandades, pero sería deseable que al menos los miembros de un cabildo de oficiales no encontrasen extraño el olor del incienso o que sepan que salir a la calle a dar un paseíto no es hacer una estación de penitencia. Otro sector del universo cofrade en el que en muchas ocasiones se desarrolla esta táctica es alrededor del martillo. Lejos de buscar ayudantes verdaderamente conocedores de la materia, muchos capataces se rodean de auxiliares cuyo único valor añadido es que son peores que ellos. Cuanto menos sepan y más malos sean mejor… así es imposible que hagan sombra a nadie, y no se corre el riesgo de que nadie pueda detectar que si el segundo es mejor que el primero, igual hay que darle el martillo al segundo.
Indiscutiblemente esta manera de actuar es desarrollada por mediocres. En primer lugar porque es la inseguridad derivada de la propia mediocridad intelectual lo que hace que se rodeen de personas que nada pueden aportar al proyecto y de las que nada se puede aprender. En segundo porque la soberbia impide a algunos ni tan siquiera imaginarse corregido por otro, aunque se sea realmente consciente del nivel de cada cual. Y entre una cosa y la otra, la consecuencia es evidente. El proyecto puesto en marcha jamás puede evolucionar en positivo ni crecer porque no existe nadie que aporte nada al ínfimo nivel de partida. Y así están muchas de las cofradías de nuestra ciudad, gobernadas por incompetentes que se rodean de otros más incapaces aún y ancladas en la realidad gris en la que se encuentran instaladas desde hace décadas, sin estilo definido, o peor aún dando palos de ciego, como bien dijo Luís Miguel Carrión en aquella entrevista concedida a Gente de Paz que tanto daño hizo en determinadas esquinas. La formación es fundamental en el universo cofrade, en el ámbito religioso y en todos los demás. Si los primeros que ni están formados, ni se forman, ni se rodean de personas que puedan aportar y de las que se pueda aprender, son las personas que dirigen nuestras hermandades por muy mal camino vamos.
Dice Rafael de Rueda, que una de las grandezas de las hermandades sevillanas es que allí se escucha a todo el mundo. Si estás en una reunión y das tu opinión, es escuchada. Obviamente luego actuará el órgano decisor para hacer lo que debe, tomar decisiones que para eso está, pero siempre habiéndose alimentado de múltiples voces, en la creencia de que se puede aprender algo importante de la persona más insospechada. Para poner esto en práctica hay que tener vocación de querer mejorar, de perfeccionarse y perfeccionar la realidad que nos rodea. Y para eso es preciso tener la grandeza de ser consciente de las propias limitaciones, escuchando las críticas aunque no nos gusten, rodearse de personas que realmente puedan aportar, y de que el proyecto es una cuestión colectiva, una hermandad, y no un proyecto personalista basado en que yo soy el líder supremo, el que manda, y se hace lo que yo diga aunque no tenga ni la más remota idea de lo que va esto.
Hay quien defiende que el pequeño Nicolás no era en realidad un estafador, sino alguien con apoyos e influencias elevadas, que él realmente se creía tan importante como pregonaba, básicamente porque nadie le dijo nunca que no era más que un muchacho de buena familia, amigos poderosos y con una capacidad innegable para posicionarse en las fotos. A lo mejor eso mismo sucede con algunos de los supuestos gurús que preñan nuestras cofradías, que nadie les ha dicho que no son expertos en casi ninguna de las materias que creen que dominan y que su única habilidad (todo un arte oiga) ha sido rodearse siempre de individuos más mediocres que ellos para perpetuarse en el poder, con una vara dorada o en sus alrededores o con un martillo en la mano, y algún que otro amigo diseminado por los diarios oficiales del imperio para ser entrevistado periódicamente o para salir mencionado en cualquier noticia que incluya la palabra cofradía o ser invitados de cuando en cuando a alguna conferencia o mesa redonda como supuesto entendido, escribir en cualquier libro o revista perfectamente prescindible que se publique periódicamente o a cuento de cualquier efeméride, tenga o no importancia, o sencillamente ser mencionado de cuando en cuando en foros cofrades o grupos de facebook por presuntos líderes de opinión. Y luego pasa lo que pasa, que creemos tener a Mozart tocando por las calles o a genios diseñando artilugios por los que piden una barbaridad y a gente picando "porque la palabra de fulanito va a misa".
Esa es nuestra cuota de responsabilidad, la del pueblo llano cofrade, no haberles desenmascarado nunca, pregonando a los cuatro vientos (o a la cara si se tercia), que tal capataz no sabe ni igualar a su cuadrilla o que cierto experto no tiene ni idea de arte ni especial sensibilidad, por muchas antigüedades que su abultada cartera heredada le haya permitido comprar a lo largo de su vida o por muchas columnas de periodista aficionado que escriba en cualquier periódico rancio a cambio de arrodillarse cuando sea menester. No por dañarles, bastante tienen con la soberbia y la prepotencia que no les cabe en el cuerpo, sino por liberar a nuestras hermandades de elementos que impiden su desarrollo. A fin de cuentas, y ya lo he comentado en alguna ocasión, de eso se trata, de ser quirúrgicos por el bien del enfermo, para permitir su sanación. Y este es uno de esos elementos que es preciso extirpar cuanto antes, por el bien común. Los pequeños Nicolás son divertidos y pueden ser muy útiles como entretenimiento general y como provocadores de sonrisas colectivas, pero desde lejos… cuanto más lejos mejor. Si los olvidamos que sea porque se han marchado para siempre y no porque la fragilidad de la memoria haga que no recordemos todo el daño que han causado.
Guillermo Rodríguez
Recordatorio El Cirineo: Lecciones de integridad