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domingo, 1 de marzo de 2015

Entre la Ciudad y el Incienso: Una caricia para el alma


Blas Jesús Muñoz. Hay imágenes que se abren a la ciudad, más allá de los trazos sugerentes del pasado, más lejos de las escenas que lo verán entre generaciones silenciosas por venir, más cerca del presente que las contempla en calles que -a esa hora de la noche- se dibujan sin nombre, con su silueta que las sustantiva y las construye.

La muerte anochece en su desesperanza parca, en su crujir de madera, en su frialdad de mármoles esculpidos. La muerte parece abrazarnos en cada calle para cumplir una promesa exacta, un compromiso inexorable que trae consigo una esperanza renovada en la vida del amanecer que se vendrá imponiendo. La muerte se refleja en sus brazos que quieren abrazar los muros, acariciar balcones, llamarnos al mañana.

Sin embargo, es una caricia tibia, una última sonrisa cuyo sentido alberga una certeza. Y el Señor de la Salud camina a hombros en un cortejo inmortal que, sobre su peso, lo llevara amortajado entre clavos y madera. La Cruz se alza con su mirada horizontal a la ciudad. El Vía Crucis camina angosto hacia su destino, el mismo que se convierte, a su paso, en una complementariedad necesaria para la ciudad que lo mira, recibiendo su caricia que acaricia lo más profundo del alma.







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